España no suele aparecer en los puestos de cabeza que tienen que ver con la innovación y la conservación de la naturaleza. Pero, al contrario, destacamos en obviar normativas medio ambientales y de gestión sostenible de nuestros propios recursos: somos el segundo país más sancionado por sobrepesca de la UE, únicamente por detrás de Polonia. Mientras los pesqueros polacos se centran en la pesca del arenque, nosotros somos más generalistas y no le hacemos ascos a nada, desde la merluza al lenguado, pasando por tiburones, langostas, rapes, y así hasta 14 especies diferentes. Hay que reconocernos que hemos reducido significativamente nuestro depredador comportamiento, pues, en menos de un lustro, se ha pasado de un exceso de más de 14 toneladas a únicamente 1, si bien hay que decir que esta disminución es debida a las multas impuestas por la propia UE y nada tiene que ver con una concienciación que tenga en cuenta, tanto el bien de los recursos existentes como del propio sector pesquero.
Que nuestros mares y océanos están siendo saqueados lo reconocen casi todas los organismos internacionales, desde la UE hasta la propia FAO. Esta última organización estima que, aproximadamente, un tercio de todas las capturas mundiales se realizan de manera ilegal, sin ningún tipo de control. Y son las naciones en vías de desarrollo las que peor lo van a pasar, aunque sea un problema para todos los países. Pese a que la pesca artesanal y sostenible representa un 70% en Europa, y un 80% en España, ha sido la gran perjudicada en las políticas pesqueras, siempre favorables a las grandes corporaciones, altamente dañinas y sin más miras que los altos beneficios, sin fijarse en su repercusión medioambiental. Un ejemplo lo tuvimos, a principios de siglo, con la anchoa, por su práctica desaparición de los caladeros, y, durante varios años, la prohibición de su pesca, hasta que se recuperara su población. Los anchoeros cantábricos pagaron el pato, amarrando sus flotas, mientras que las grandes empresas se fueron a las costas sudamericanas a seguir con sus negocios.
Una sola generación ha sido suficiente para llevar al borde del colapso a muchas especies marinas, no hay que olvidar a los mamíferos marinos, aves, reptiles y demás fauna y flora acuática. Además de no dar tiempo a la reproducción, estamos destruyendo sus zonas de alimentación. La acuicultura puede parecer una solución, pero, de momento, seguramente porque también utiliza la lógica mercantilista, presenta algunos problemas a tener en cuenta: el uso de productos químicos para el tratamiento del agua y sus sedimentos; el aporte de fertilizantes, desinfectantes, sustancias antibacterianas, antibióticos y medicamentos diversos; plaguicidas, algicidas, anestésicos, hormonas; por no hablar de la utilización de la cantidad de pescados no comestibles utilizados para la elaboración de piensos: para engordar un kilo, un pez criado en cautividad necesita comer, aproximadamente, tres de peces desechados.
Otro aspecto que no debemos olvidar es la incidencia del cambio climático, que el hombre ha acelerado, y que está teniendo graves repercusiones en la biodiversidad marina a nivel planetario. El aumento de las temperaturas y la acidificación, provocada por el dióxido de carbono, multiplican los impactos negativos de la sobrepesca, la degradación del hábitat marino y la contaminación. Y es nuestro mar Mediterráneo quien más gravemente amenazado está, por su propia conformación semi cerrada, hecho que hace que el calentamiento de sus aguas tenga lugar a un ritmo dos veces mayor que en el resto de océanos. ¿Soluciones? Preservar y reconstruir el capital natural marino, consumir de forma responsable y dar prioridad a la sostenibilidad? ¡ahí es nada!
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