Una cosa es lo que necesitamos y otra lo que queremos. Vivimos en una tensión permanente en la que somos socializados de diferentes maneras a lo largo de nuestra vida. La familia, la escuela, antes el barrio, se confrontan ahora con los "grandes hermanos" que nos tutelan. La necesidad tiene un substrato biológico y comporta cierto carácter de servidumbre con respecto al entorno, pues no es lo mismo vivir en un medio rural que en la ciudad, en una zona boreal o en otra tropical. La querencia se va construyendo poco a poco aunque tampoco dejan de estar presente sesgos genéticos; hoy sabemos que ciertas adicciones son patologías con base hereditaria. Pero necesidad y deseo se necesitan. Aquella es la gestión de la existencia mediante la cobertura de lo imprescindible para vivir, mientras que éste es la expansiva pulsión vital en busca de lo que no se tiene.
Algo de todo ello estuvo presente cuando se escribió El azar y la necesidad, pero aquí, no es tanto la contingencia sino la pulsión. La avidez racionalizada que termina haciendo que a menudo seamos adictos a nuestros deseos. Un caudal de pasión difícil de encauzar que algunos represan en espera del momento oportuno. La hormiga y la cigarra gestionan el binomio de manera distinta. Por eso no hay recetas. En política el deseo se torna en ambición, el apetito de poder es el guión; mientras que la necesidad toma la forma de las demandas insatisfechas, de aquellas urgencias pendientes de atención. En la vida privada el deseo es aspiración, esperanza en el futuro, en cuanto que la necesidad se convierte en penuria, en escasez del mínimo imprescindible. En ambas esferas son las promesas las que hacen de puente, frente a la necesidad de algo se alza la oferta de quienes desean facilitarlo.
Promesas para satisfacer el vínculo imprescindible. Soflamas para llenar el vacío de lo que se ofrece cuando no se tiene. Para generar la ilusión forzosa que ayude a seguir tirando, en la vida y en la política, dos esferas que deben ir juntas pero que a veces se disocian extrañamente. Si en la política terminamos por aceptar cínicamente que las promesas no solo no se cumplen sino que ni quisiera la gente se molesta en conocerlas, quizá porque se conoce su carácter falsario, en la vida hacemos de la necesidad virtud y de los deseos añagazas vanas.
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