Este año se cumple un siglo del nacimiento del gran fotógrafo y maestro Pepe Núñez Larraz. Muchos le debemos algo más que el agradecimiento a implantarnos en el cuerpo y en el alma este pequeño vicio del arte de la fotografía. En esta evocación quiero desvelar la primera vez que Pepe me llevó de la mano a captar en el celuloide el mundo que nos rodea.
Fue allá por el año 1973. Era un frío día de invierno y reinaba una espesa niebla. No recuerdo quién nos llevó en coche -ni Pepe ni yo teníamos carnet de conducir- hasta las minas de Golpejas que por entonces no tenía el vallado de ahora que impide acercarse a maquinarias y terraplenes. Al llegar nos separamos y comenzamos a hacer fotos, ambos llevábamos negativo de color y había que tirar a lo seguro, su precio era un lujo para un estudiante como yo. Pepe, tan espléndido como siempre, al verme titubear se me acercó y me dijo algo que nunca he olvidado: "
Victorino, las cosas no tienen alma, se la pones tú con tu mirada". Entonces yo tenía 20 años, era estudiante de Bellas Artes, quería ser pintor y tenía muchos pájaros en la cabeza, pero aquellas palabras fueron suficientes para que cambiara mi postura ante la fotografía, dejé de considerarla un juego y me di cuenta que el arte no estaba en función de la técnica empleada sino en la manera de mirar y me di cuenta que la pintura no iba a ser mi medio de expresión pero me quedaba mucho por aprender.
Me puse a ello con un afán casi obsesivo, las encinas se disolvían en la niebla a medida que se distanciaban de mi posición, haciendo que pareciera aun mayor el espacio entre ellas. Aquello producía en mi retina una sensación de soledad que hacía que me aislara de todo entorno industrial y que solo viera lo evi
dente: encinas y niebla.
Cuando al cabo de varios días fui a visitar a Pepe a la librería Vítor, que estaba situada en la que hoy es Plaza de la Constitución, le enseñé con ilusión las fotos que había hecho, él me enseñó las suyas, la diferencia era notable, yo me había entretenido en el paisaje total luchando por descubrir las formas tortuosas de las encinas inmersas en la niebla, mientras que Pepe se había dedicado casi exclusivamente a fotografiar detalles de la maquinaria abandonada de la mina y a observar ese mismo paisaje neblinoso a través de los agujeros practicados en ellas. Yo me había embelesado con lo tangible y él había interpretado el paisaje, yo había luchado con el entorno como si me fuera la vida en ello y Pepe lo había hecho suyo, lo había atrapado y se había fundido con él. El paisaje y Pepe eran una sola cosa.
Esa fue la primera de las muchas e impagables lecciones que recibiría en los días, meses y años sucesivos en los que las salidas fotográficas se hicieron habituales desde la librería en la que quedábamos los domingos por la mañana y desde la que partíamos a mirar y fotografiar ese paisaje salmantino del llano que rodea la ciudad y que otrora cantaran los poetas en cualquier estación del año.
Pepe, todavía me obsesiona esa niebla matinal tan propia de estas tierras y que tantos quebraderos de ojo me dio al principio de mi singladura fotográfica, aún me queda mucho que aprender, aunque estoy seguro algún día me fundiré como tú con el paisaje para ser uno, voy camino de ello, te lo prometo.
Victorino García Calderón
Fotos: Pepe Núñez / Victorino García Calderón