JULIO FERNÁNDEZ / Profesor de Derecho Penal de la Usal
El asesinato de Tomás y Valiente por ETA, hace ahora 20 años, además de ser cruel y salvaje, como todos los crímenes terroristas, conmocionó de manera especial al mundo académico y muy particularmente a nuestra Universidad de Salamanca, donde Tomás y Valiente ejerció brillantemente la docencia durante muchos años. Aún recuerdo nítidamente aquélla mañana después de las 12 (en que, junto a otros compañeros de trabajo, regresábamos de la concentración que se hacía cada miércoles en la mayoría de las oficinas públicas y centros de trabajo, como protesta por el secuestro por parte de ETA del funcionario de prisiones Ortega Lara y pidiendo su liberación), cuando me dieron la fatídica noticia. Confieso que no pude contener las lágrimas.
Tomás y Valiente no era un profesor más, fue uno de los mejores que había conocido, no sólo en la Facultad de Derecho sino en toda mi vida, algo que mantengo 20 años después y ratificaré siempre. Además, sus profundas dotes humanas, sus convicciones personales, su compromiso ético y social y su impronta de auténtico caballero, le configuraron como una persona realmente excepcional. Tomás y Valiente no sólo brilló con luz propia en la Academia; también como miembro, primero, y presidente del Tribunal Constitucional después, interpretó la Carta Magna de forma magistral en todas las sentencias en las que intervino. Por otro lado, nunca ocultó su acérrima defensa del Estado de Derecho y su condena sin paliativos a todo tipo de totalitarismos, vinieran de donde vinieran, así como a la locura y barbarie terrorista. Lo dejó bien claro en sus conferencias, cursos y artículos de opinión que dejó escritos. Voy a plasmar pequeños retazos de algunos de ellos. En la clausura de un Congreso sobre la Guerra Civil celebrado en la Universidad de Salamanca, en 1987, titulado "Justicia en Guerra" finalizaba con lo siguiente: "Quiero acabar con una última y acaso estoica reflexión. Todos somos futuros cadáveres y nada más que eso. Gocemos al menos del derecho a morir en paz. Cuando el injusto azar ponga fin a nuestro tiempo, que sea sin la ayuda de la mano de ningún otro hombre, de ningún otro, también, futuro cadáver". En sus artículos contra ETA llegó a plasmar: "Cada vez que matan a un hombre, nos matan un poco a cada uno de nosotros", "cuidado con las palabras, porque preparan el camino de las balas y las bombas" y la frase lapidaria plasmada en una placa a la entrada del Paraninfo del Edificio Histórico, aquél lugar, templo de la inteligencia, donde Unamuno se enfrentó a los golpistas encarnados en la figura del jefe de la Legión: "Edificar con la razón, la experiencia histórica y la tolerancia, como instrumentos".
Un año después del asesinato, el entonces director del centro penitenciario de Topas, Ignacio Bermúdez, decidió que la biblioteca de la prisión (que hoy cuenta con casi 20.000 volúmenes procedentes en su mayoría de donaciones) se la designara con el nombre de Tomás y Valiente. En el acto de inauguración estuvieron presentes el entonces rector de nuestra Universidad, catedrático de Derecho Penal y mi Maestro, Ignacio Berdugo, además de algunos profesores de Historia del Derecho y otras disciplinas y varios profesionales de la cárcel. Por encargo del director, tuve el privilegio de presentar el acto, que sirvió de homenaje a nuestro querido catedrático asesinado. Posteriormente, y en una monografía titulada "Cárceles y sistemas penitenciarios en Salamanca", que me publicaron junto a otros trabajos en la Revista Provincial de Estudios de la Diputación Provincial de Salamanca nº 47 de 2001, titulada "Salamanca y los Juristas", incluí el discurso que pronuncié, en una nota a pie de página, cuando estaba desarrollando un epígrafe en el que describía las características del centro penitenciario de Topas, inaugurado a finales de 1995. Decía lo siguiente:
(Hoy 14 de febrero, día de San Valentín, se cumple un año del cruel asesinato del catedrático de Historia del Derecho D. Francisco Tomás y Valiente que durante más de 15 años dedicó su vida docente a nuestra Universidad de Salamanca, donde además, según él, vivió los mejores años de actividad científica, en una ciudad a la que calificaba de "hermosas piedras y de fríos vientos" y en la que hizo grandes amigos. Su ingente labor investigadora y de divulgación científica, aportaron al mundo del Derecho el rigor, la objetividad y la seriedad necesarios que toda ciencia debe poseer. Los Validos de la monarquía española del siglo XVII, el Derecho penal de la monarquía absoluta (siglos XVI-XVII y XVIII), la tortura en España, los estudios sobre los procesos de la Inquisición y las ordalías o juicios de Dios, la historia real, sin censuras de poderes fácticos, sobre la desamortización de Mendizábal, las Cortes de Castilla o el Manual de Historia del Derecho Español, constituyeron los mejores textos para comprender la realidad jurídica de nuestra historia y que, sin duda alguna, los que tuvimos la suerte de asistir a sus clases, quedamos marcados por la imborrable huella de una exquisita docencia y excelente oratoria.
Todo ello, junto a su encomiable aportación desde la presidencia del máximo intérprete de la Constitución, es decir, el Tribunal Constitucional, configuran a Tomás y Valiente como un jurista realmente excepcional, con una personalidad inolvidable. Ferviente defensor de los derechos fundamentales del ser humano y de los valores superiores de justicia y de libertad. Garantías individuales que, en definitiva, son fundamento y límite del Ordenamiento Jurídico.
Supo analizar con una claridad meridiana la excesiva violencia que el Estado Absoluto del Antiguo Régimen ejercía sobre sus súbditos y cómo el ordenamiento penal cada vez más se petrificaba y anquilosaba en su progresivo anacronismo: "demasiados sufrimientos, desgracias y castigos, demasiadas ofensas y venganzas. Demasiada violencia, en fin. Una violencia no militarizada, no envuelta por el rótulo de la guerra, pero no por ello menos cruenta y, a veces, desesperada", nos decía. En nuestro actual Estado de Derecho condenó sin paliativos la sinrazón de los crímenes terroristas, haciendo una llamada constante a la unión entre las fuerzas democráticas para luchar contra ese problema endógeno con las únicas armas posibles, que deben ser las derivadas de la legitimidad constitucional y el unánime rechazo por parte del tejido social; porque, de lo contrario, como él decía, "cada silencio, cada desequilibrio condenatorio ha sido un balón de oxígeno para ETA, una forma de legitimación indirecta, involuntaria pero eficaz", pero también, "hágase justicia para que el mundo no perezca, para que en él se pueda vivir en paz, porque la justicia que, para realizarse, arrastra al mundo a la destrucción, no es justa". Con estas palabras, que constituyen el centro de gravedad del Estado de Derecho contra cualquier tipo de violencia, este paladín de la tolerancia y de la paz, pagó con su vida por el enorme delito de haberle querido poner estrella al corazón de los hombres. Estoy seguro que con nosotros, él ahora pediría que se ponga en libertad a Ortega Lara y Cosme Delclaux, que están privados ilegalmente de la libertad, sin haber cometido delito alguno, sin proceso penal ni garantías jurisdiccionales, sin el reconocimiento de derechos inviolables, lesionando brutalmente la dignidad humana. Como epitafio, valga el que tantas veces dedicó a algún amigo desaparecido Don Luis Jimenez de Asúa, uno de los más grandes penalistas de habla hispana, que vivió y murió en la tristeza del exilio: "En el lugar que ocupó en vida don Francisco, ha quedado un resplandor").