A cargo el grupo teatral Lazarillo de Tormes (GALERÍA DE FOTOS)
Teresa de Jesús, nombre religioso que adoptó Teresa de Cepeda y Ahumada, es ya una declaración de intenciones acerca de la íntima relación que esta mujer tuvo con el Dios hecho hombre y que le permitió disfrutar de ambas naturalezas: la humana y la divina. Una niña, adolescente y mujer como cualquier otra de su época, el siglo XVI, en el que las féminas estaban a disposición de lo que la férrea y convencional sociedad de la época, en todos los aspectos, les imponía.
Teresa siguió estos parámetros hasta que se enamoró de Jesús, el Jesús de Nazaret, que hecho hombre y sintiendo como hombre trajo el mensaje de Dios a la tierra, el amor sin cortapisas. El espíritu de ese misterio inundó a la carmelita y revolucionó su vida de tal forma, que su naturaleza humana pareció trascendida por el Espíritu divino que la hizo libre siendo mujer y monja del XVI, siglo regido por hombres ciegos ante las capacidades de las mujeres. Teresa de Jesús supo sin embargo demostrar su valía personal, intelectual, emprendedora y sensible siempre ante todo aquél dispuesto a participar de sus convicciones, hombre o mujer.
Al mencionar el nombre de este pequeño pueblo del Campo de Salamanca, su bonito nombre, La Sagrada, nos lleva a pensar en la fuerza tan impresionante con que Teresa se vio bendecida en su vida por esa relación tan indestructible con lo divino, que al igual que su amado Jesús de Nazaret, le permitiera dejar huella por todos los caminos que la llevaban a Dios entre los hombres. No fue una mística cualquiera porque a pesar de esta inefable relación, supo conjugar las claves necesarias para llegar a sus congéneres sin retirarse del mundo. Hablaba con Dios y con los hombres; defendía a los desfavorecidos del mundo, en especial a las mujeres, y relataba por escrito sus vivencias con una verborrea que daba a conocer una personalidad indómita y humilde al mismo tiempo.
Como en otros tantos caminos como los que pisó nuestra monja, en esta ocasión, el grupo teatral Lazarillo de Tormes, llega a La Sagrada, con su ya conocida obra "Teresa, la jardinera de la luz". Sabemos que este montaje ha superado ya las 100 representaciones y que su fama lo precede. No obstante, allá donde llega para dar a conocer la figura de un personaje de la talla de Teresa de Jesús, parece poner en escena también, parte del espíritu de la carmelita que se mimetiza con el lugar en el que se encuentra.
La Sagrada es un pequeño pueblo, que como muchos otros forma parte de una calzada romana, paso de muchos viajeros. Y a pesar de su reducido tamaño y su origen humilde, pues son gentes que siempre han vivido del campo y del ganado, contaba con un mesón para caminantes. Saben pues, mucho de acogidas y atenciones. "La andariega" Teresa en sus numerosos viajes fundando conventos, para procurar una vida libre y digna a cualquier mujer de su tiempo que quisiera elegir cómo vivir, habría sabido agradecer esta posada, que al igual que la casa señorial con la que cuenta el pueblo datan del tiempo de la carmelita. Eran gentes tan humildes, que pertenecían a una familia noble. Poderosos de la tierra a los que también Teresa supo plantar cara en pro de los humildes. Supo qué conseguir de unos para favorecer a los otros. Así también "Teresa, la jardinera de la luz" ha llevado a este pueblo toda la magnitud de esta gran mujer a esta localidad de pocos habitantes que tanto tiempo llevaban esperándola y que la han acogido con la emoción de quien entiende lo que se les cuenta.
La iglesia de San Fernando, es pequeña, y grande por esto mismo. Es como un valioso frasco que lleva dentro la mejor de las esencias; o la concha de nácar, factura preciosa de la naturaleza, y que sin embargo guarda dentro una maravillosa perla más sorprendente todavía. Ha podido envolver con naturalidad elegante, como un guante de piel lo hace con una mano, esta original puesta en escena que tan profesionalmente ha llevado a cabo Lazarillo de Tormes a lo largo de todo el año del V centenario del nacimiento de la santa, y que ya ha superado los límites de las fechas establecidas para adentrarse en un 2016, todavía lleno de compromisos. Y es que al igual que la iglesia de La Sagrada ha sabido concentrar en poco un contenido de grandes dimensiones.
Javier de Prado, productor de la obra tuvo claro desde un primer momento que debía ser puesta en escena en altares de iglesias, con un texto que concentrara lo más esencial de una mujer de la tierra que supo desde aquí, y con los suyos, llegar a Dios. La tarea le fue encomendada a Denis Rafter, que con un guión preciso y simple que aglutina lo más importante de la vida y obra de Teresa de Jesús, enmarcado en cuadros escénicos de gran belleza, ha sabido llegar a todo tipo de públicos y localidades. Desde éste de La Sagrada que nos ocupa ahora hasta los ya comentados de Madrid, Salamanca u otros núcleos grandes de Castilla y León o Castilla-La Mancha, que se han aunado en una emoción compartida por lo que este trabajo depara.
Los hábitos de aquel tiempo, convierten a las actrices en hermanas carmelitas; un púlpito hace que olvidemos al actor que encarna a un dominico inquisidor y sólo lo miremos a él como el auténtico detractor de la madre Teresa. Y cuando la música renacentista que sale del órgano, réplica exacta de la del maestro Salinas, envuelve el conjunto, nadie que lo presencie duda de estar inmerso junto a aquellos personajes, en el mismísimo siglo XVI. San Fernando, rey conquistador, elevado a los altares presidió desde el suyo, la representación. Qué mejor espectador que el patrón de La Sagrada, para ver en escena a otra luchadora que también llegó a ser santa, dejando previamente huellas imborrables en la tierra.