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Música para un momento
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Música para un momento

Actualizado 29/12/2015
Ana Higles

Hay músicas para un rato. Y que no sea demasiado. La típica tonadilla de acordeón que te divierte y te recuerda a las fiestas del pueblo. Esas cuando aún no contrataban a la orquesta Frenesí para que tratase de imitar los berridos de Paulina Rubio con dos chiquitas enfundadas en minifaltas de plástico chino. Sí, esa música que acompañaba al vermut de todo el pueblo junto al frontón. Esa que te divierte un rato porque estás a otra cosa. Que genera ambientillo y enriquece al oído, pero que no puedes aguantar más de 10 minutos sentado en una silla de madera porque ?además de dejarte el culo a tablas? te deja la mente igual. A tablas.

[Img #511426]Hay músicas que escuchas una vez en alguna parte y piensas "¡Qué pasada!¡cómo mola!". Y te parecen tan fantásticas que ojalá la tuvieses para siempre hasta para las llamadas entrantes de tu madre, que siempre llama aunque tenga Whatsapp en un móvil que le da cien vueltas al tuyo... Pero resulta que cuando vas a estrechar el lazo con esa canción tan maravillosa que te gustó tanto... no recuerdas ni cómo era, ni cómo se llamaba y dudas de si volverás a cruzártela algún día. Son las canciones de la categoría quépena.

También hay música que reaparece de vez en cuando en tu vida con un pan debajo del brazo. Es esa canción que hace años que no escuchas, que vuelve como la Navidad cuando alguien te la tararea y dices: ¡Cawen to, pero cómo puedo haber pasado cada día sin cantar esto! Y hay gente que no canta. No lo puedo entender. ¿No les gusta escuchar su propia voz? Si quien canta sus males espanta. ¿No tienen nada que espantar? Qué afortunados...

Luego está esa música que no has escuchado en tu puñetera vida pero de repente se convierte en fundamental. Es el enamoramiento musical más radical. Conduce a un estado de enajenación musical completa en el que el sujeto pasa horas y horas con una sola canción en bucle. Cuando se va a dormir sueña con esa melodía. Se levanta con ella. Su mente la reproduce en segundo plano mientras está fregando, escribiendo, leyendo, haciendo deporte, cocinando, escuchando música...

De esta patología derivan dos casos extremos. No hay término medio.

1. Después de tan intensa escucha, un día, de repente, te olvidas de la canción. Tu cuerpo ya no te pide escucharla. Cuando la recuerdas ni siquiera entiendes qué te gustaba tanto de ella para dedicarle tu oído con tanta entrega.

2. La has escuchado tanto y tan seguido que, aunque sabes que te encanta y la llevarás grabada siempre a tu tímpano, no puedes más. Literalmente. El núcleo estriado del cerebro, el que controla el amor y la adicción a las drogas, te pide seguir entregado al bucle del éxtasis musical, pero tu cuerpo ya no da más de sí. Así que esa canción y tú os dejáis de mutuo acuerdo antes de desgastaros del todo, porque os queréis mucho, pero no tanto como para mataros.

3. La que no falla. Esa canción que no puedes sacarte de la cabeza (o no quiere salir) y te acompaña día, noche, cada hora, cada milisegundo del día. Y cuando crees que ya la has olvidado, descubres que sigue ahí. Cuando una mañana te levantas, miras alrededor con la esperanza de que el silencio y los ronquidos del vecino sigan reinando a tu alrededor... pero no. "Hoy para mí es un día especial, hoy saldré por la noche...". Y va a ser que sí, dia y noche especial porque Raphael te acompaña como una garrapata agarrada a tu oreja susurrándote su "iaiaiaiaaaaa" al oído por si te habías olvidado de él. Y tú ya estás harta de él, pero no sabes cómo quitártelo de encima porque es pegadizo hasta el extremo y tú no te puedes contener...

Pues resulta, querido melómano, que las canciones son igualitas a las personas. Cuentan historias. Emboban con sus ritmos. Enamoran con sus letras. Se olvidan como los amigos a los que hace mucho que no escuchas. Vuelven como esos que no han cambiado después de tanto tiempo. Te recuerdan quién eras y quién no quieres dejar de ser.

Por eso escuchamos música. No dejes de hacerlo. Y canta.

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