Ahora que estamos en los días navideños, en que la memoria, la efusividad, los afectos de todos se despiertan y salen a flor de piel, como ocurre periódicamente por estas fechas, es bueno, acaso, hablar de la caja, de esa caja simbólica que todos tenemos y que, pese a ser inmaterial, actúa de continuo en cada uno de nosotros.
¿Qué es la caja? Expliquémoslo, para que todos lo entendamos. Cada uno, a lo largo de nuestra vida, vamos acumulando vivencias, experiencias, alegrías y fracasos, saltos vitales, determinadas conquistas (perdón por esta palabra, no me gusta) tras todo aquello que anhelamos y por lo que luchamos. Y todos esos elementos nos configuran de un modo determinado y único.
Todo ese material humano, psíquico, anímico, temperamental... que vamos tejiendo a lo largo de nuestras vidas lo guardamos en una caja, en un ámbito muy nuestro, donde tenerlo protegido, pues sabemos que se encuentra ahí a salvo y que, en no pocos momentos de nuestro existir y en no pocos trances del mismo nos sirve de ayuda y nos impulsa a seguir adelante. Es como si todo lo que albergamos en esa caja, en la caja más nuestra, nos sirviera al tiempo de preservativo y amuleto contra todos los reveses que nos depara la vida.
En la hermosa película de Orson Welles, 'Ciudadano Kane' (1941), el viaje psíquico hacia esa caja, esas vivencias guardadas y protegidas en ese cálido nido vital, se realiza a través de una palabra mágica y misteriosa: "Rosebud", a través de la cual se emprende ese viaje necesario a la infancia, del que prácticamente todos lo seres humanos nos nutrimos. Y a través de esa esfera de cristal maravillosa, que alberga un poblado, y que, al remover la esfera, comienza a caer la nieve sobre él.
Y es esa nieve de la memoria, esa nieve del jardín, esa nieve de la caja protegida, la que estos días navideños cae sobre todos y nos vivifica y nos renueva y vuelve a protegernos, al remover esa esfera de cristal, que no es otra que la del cosmos misterioso en el que existimos.
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