Llegó la Navidad, aquí está. ¿Pero qué es la Navidad y, sobre todo, dónde está? ¿Es una fiesta familiar, un evento social, una celebración religiosa, o tiene un poco de todo, es una mixtura en la que ya no divisamos su origen porque qué importa? De hecho, todos nos deseamos una feliz Navidad, es como una cantinela que soltamos mecánicamente y tras hacerlo ?al menos a mí me pasa- me pregunto si tiene algún sentido, es como si hiciéramos algo y no supiéramos por qué. De ahí que ya haya bastante gente que haya sustituido el deseo por el de felices fiestas, aunque esto podríamos hacerlo igual cuando vienen las fiestas de septiembre. Pero es distinto y en el fondo lo tenemos claro, aunque explícitamente no lo reconozcamos.
Miramos con pena a esas personas ?son muchas, no crean- que pasan la Navidad solas porque o no tienen familia y viven todo el año así, o son marginados -¿quién los marginó?- y carentes de todo parece que tampoco tienen derecho a la Navidad. Es decir, asociamos fundamentalmente la Navidad a la fiesta de la familia que vuelve a reunirse, a lo mejor sólo ese día, y en teoría es un momento de reencuentro, aunque de todos es sabido el odio que muchos tienen a esa cena y a la comida del día siguiente porque hay que compartir mesa con personas a las que no soportas y a la menor puede estallar la disputa. Es como si estuviéramos obligados una vez al año a parecer buenos, simpáticos, cordiales, aunque detestemos a quien tenemos al lado. De hecho es el día del año en que hay más peleas familiares. Y en la calle, no te cuento, personas incluso hoscas no les queda otra que parecer esos días lo que no son.
Esa noche es también la noche de las ausencias. Hay asientos vacíos, que el año anterior ocupaba alguien querido, y al ocupar tu puesto experimentas que te faltan y que nunca más volverán. Navidad es, tal vez, el día del año más impregnado de recuerdos, algunos maravillosos- a mí me ocurre- asociados todos a la infancia y ahí los abuelos que ya no están, los padres jóvenes, los hermanos niños carentes de toda maldad, vuelven a hacerse presentes: ya saben, mi patria es mi infancia, y ese día regresa con toda su esplendor porque los buenos recuerdos son el tesoro que nunca nos abandona y nos salva en los peores momentos. Es la noche y el día de la melancolía. En definitiva, parece que al final lo que prevalece es la dimensión familiar, reemplazada en muchas ocasiones por el deber social y el qué dirán.
Pero ¿nos hemos olvidado del origen? Es triste, pero es así. Por si a alguien le vale, yo lo recuerdo precisamente hoy. Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret, tal vez el hombre más importante de la Historia, al menos yo por tal lo tengo. Y con él entra en el mundo, en la vida, el sentido de la existencia. Jesús nos da motivos para vivir, para ser felices, para comprometernos en cambiar la realidad. Y está bien recordar cómo nació: en la pobreza, por lo tanto no está mal decir que Navidad es la fiesta de los más pobres, de los excluidos, de los enfermos, de los encarcelados, de los condenados a muerte, de los irrecuperables según el juicio social. Navidad es la otra Historia, la intrahistoria, que a veces no se percibe, de los desheredados, de los parias, de los indigentes, de aquellos ante quienes volvemos el rostro. Sí, ya sé, la hemos aburguesado, la hemos materializado, comercializado, corrompido. Que cada palo aguante su vela. Y hemos perdido mucho perdiéndola.
Navidad, pues, es lo que podría haber sido y no fue. Otro mundo, otra realidad, otra forma de vivir, en que la solidaridad, la comprensión y el perdón fueran las monedas de pago corriente, y no el egoísmo, el dogmatismo y la venganza.
Por último, Navidad es un desafío a cada uno de nosotros. Podemos convertir los 365 días del año ?no uno y gracias- en lo que desde la autenticidad significa. Realizar la Navidad cada día con una sonrisa, un gesto de amistad, una acción solidaria, una denuncia de la injusticia. Eso es hacer y vivir la Navidad. Y así se lo deseo a todos ustedes y a mí misma porque con ello les estoy deseando lo mejor, lo que considero utopía realizable: amor, no celebraciones burguesas y despilfarro en el consumo. No le cierren las puertas a la Navidad, al sentido, a la vida, a la plenitud. De corazón: ¡feliz Navidad!
Marta FERREIRA
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