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Vivir para rechazar: los nacionalismos
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Vivir para rechazar: los nacionalismos

Actualizado 22/12/2015
Soledad Murillo

Cuando tengo que explicar a mis alumnos en qué consisten los nacionalismos, no me refiero únicamente a aquellos sentimientos de nación que se viven en Comunidades Autónomas, como el País Vasco o Cataluña, también les menciono al nacionalismo español. Cuando éste se vuelve exacerbado y se erige en el lugar de los valores fundamentales, incapaces de reconocer las diferencias de otros territorios. A nadie se le escapa que el slogan de una España Unida mantiene connotaciones de otros tiempos, que en nada se parecen a nuestra democracia actual. Esta semana se recordó a un hombre intransigente con la violencia, Ernest Lluch. El ministro al que debemos la puesta en marcha de la sanidad pública, con aspiraciones de ser universal y de calidad, hoy en claro declive. Lluch era catalán pero veraneaba en San Sebastián y como buen activista no se conformaba con leer libros de economía en la playa, estaba implicado hasta las cejas en el conflicto vasco. Le horrorizaba el coste de vidas que se cobraba el terrorismo, a la vez que deseaba buscar soluciones; como ahora están haciendo las tropas internacionales europeas con Afganistán y Siria, para las cuales sentarse con los líderes de los fanáticos es un paso tan indeseable como necesario. Lluch participaba en las concentraciones del País Vasco, cogía un megáfono y decía todo aquello que los radicales no querían oír. Sus asesinos se desplazaron a Barcelona, le esperaron en el garaje de su casa y allí le ejecutaron el mes de noviembre del año 2000.

[Img #486916]Está claro que no todos los nacionalismos se apoyan en el terror, todo lo contrario la violencia es rechazada por todos y no forma parte de sus credenciales. Sin embargo, todos los nacionalismos se inventan fronteras que no existen: la primera, marcar quienes están dentro y quienes están fuera. El segundo paso es colocar a los de dentro, características que no tengan los de fuera. Los nacionalismos son preocupantes, no porque se vuelvan fundamentalistas y recurran a la cobarde violencia para imponer sus ideas, sino porque movilizan un material tan sensible como peligroso: las emociones. Se apoyan en banderas, en un idioma, sea el español o el catalán, para marcar barreras y administrar el derecho de admisión sobre los "otros", aquellos que no son del territorio patriótico. Cuántas veces he oído a nacionalistas españolistas despreciar a los catalanes, sólo por el hecho de ser catalanes, como ahora escuchamos al gobierno en funciones catalán tomar a los "españoles, como un grupo compacto lleno de defectos. Claro, que es muy positivo sentir el orgullo de pertenecer a un lugar, pero en esto no puede convertirse en un arma arrojadiza para quienes no son del mismo sitio. La madurez democrática pasa por dar la palabra a todos los que no coinciden con nosotros, ni en su lugar de nacimiento, ni en su edad, ni en su voto y así hasta un infinito de diferencias que nunca deben tomarse como un defecto, sino como la prueba de, hasta qué punto ejercemos el respeto a los demás.

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