El barrio de Cristo Rey es una zona humilde del sur de la capital de la entrañable Costa Rica. La acogedora San José no se libra de las desigualdades sociales y económicas que lastran todos los países de América, sin excepción. También esta capital casi provinciana tiene zonas complicadas, pobres y hacinadas. La delincuencia encuentra en esos lugares su mejor caldo de cultivo.
Hace unos meses la Providencia me asignó una amiga: jurista insigne, comunicadora eficaz, excelente persona. A medida que fuimos conociéndonos en los días que duró la reunión académica a la que ambos habíamos sido invitados, fuimos ganando en confianza y abriéndonos el corazón. Ella me contó, con su inconfundible acento tico, que procedía del barrio de Cristo Rey y que estaba orgullosa de ello.
No sorprenderá que también en esta envidiable República sin ejército, con altos niveles comparativos de educación, con plácido clima y naturaleza esplendorosa, haya prejuicios sociales. Decir que uno viene de Cristo Rey marca a quien lo dice, lo estigmatiza y lo coloca en un nivel ínfimo entre las capas humanas. Pero mi amiga adquirió pronto conciencia de su procedencia y supo que el esfuerzo hace milagros.
Por donde iba y tenía ocasión ella decía dónde vivía, para espanto de los "bienpensantes". Su extrovertida personalidad y su alma bella hacían el resto. No me lo dijo, pero estoy seguro que aquellos que le ponían cara rara cuando decía de dónde venía se quedaban pensando en que no cuadraban sus estereotipos. Tal vez no la terminaban de creer.
No es extraño que esta linda señora se hiciera amiga y cercana colaboradora de otra persona carismática. Y es aquí donde entra en nuestra escena el Padre Sergio. Nada que ver, que yo sepa, con el torturado religioso de Tolstói. Sobre todo porque este sacerdote costarricense es fuente de alegría y motor de cambio social justamente en el conflictivo barrio al que antes me refería.
Este Padre Sergio tiene la hermosa habilidad de saber por dónde moverse para convencer a quienes puedan ayudarle en su titánica labor. Continuamente trata de lograr apoyos para sus miles de niños. Y la consigue. Sabe bien que la educación lleva al respeto, a la convivencia, a la dignidad y a la paz. Fue en el año 2000 cuando fue trasladado a esta zona conflictiva y así llegó la mano suave que hizo sentirse personas a los indigentes, a los niños de la calle, a los menores drogados.
Esta Iglesia de las periferias no pregunta, actúa. Le da igual si uno procede de los mayores pecados mortales, de las más escandalosas experiencias humanas, de cualquiera de las religiones o ateísmos. Nuestro Padre Sergio atiende a los necesitados a través de su magno instrumento: la Asociación Obras del Espíritu Santo, volcada en la rehabilitación y también en la prevención, atendiendo a los menores de manera integral: dándoles alimento, refuerzo psicológico y también espiritual. Pero no sólo a ellos.
Ayer domingo, día 20 de diciembre el Padre Sergio ha reunido en el Estadio Nacional de San José a representantes del cuerpo de Bomberos, del Hospital de Niños, de la Fuerza Pública, de la Policía de Tránsito, de la Obra Social, a servidores públicos y a patrocinadores junto con treinta y cinco mil niños procedentes de los lugares más inhóspitos de ese país cálido y hospitalario. En la semana de Navidad nos solemos acordar de quienes pasan hambre, de los pobres y de los excluidos. Pero el Padre Sergio logra con su sonrisa y su dedicación que la Navidad en Cristo Rey dure todo el año.
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