El grado de incongruencia de la política electoral culminó tras los anteriores comicios con la formación de numerosos gobiernos locales y autonómicos mediante pactos de perdedores. Analizando la situación a la luz de esa lógica ?que para algunos vale lo mismo que los sofismas? deduzco que el candidato ideal para la presidencia del próximo gobierno soy yo mismo. ¿Se pueden oponer argumentos irrefutables a una idea tan disparatada? Pues no; los hechos los desmontarían. Veamos tres razones que en apariencia, sólo en apariencia, convierten mi pretensión en disparate extravagante.
1º Porque no milito en ningún partido. Es más, aborrezco el sectarismo partidista. Refutación: no importa, los ayuntamientos, las autonomías y el gobierno central llevan años siendo manoseados por chaqueteros y por lo que el lenguaje juvenil llama "acoplados", es decir, validos, asesores, funcionarios sin oposición, enchufados y parientes varios.
2º Porque no he preparado ningún programa. Refutación: ya, ¿y qué programa están desarrollando, por ejemplo, los que mandan en los Ayuntamientos de Madrid y Barcelona?
3º Porque al no poder presentar formalmente mi candidatura a la presidencia, no sería votado por nadie. Refutación: ¡pues esa es precisamente mi baza más fuerte! Porque si se trata de representar a un sector del censo electoral, me bastaría con abstenerme para formar parte de un conjunto tan numeroso como los del partido que pueda obtener la mayoría: el de los abstencionistas. Y si el porcentaje de los no votantes no fuera el más voluminoso del rosco multicolor, el hecho de no haber obtenido un solo voto sería un punto más a mi favor, puesto que me apoyarían los partidos de izquierdas proclives a ciscarse en las listas más votadas.
Los puristas cuestionarán que me arrogase la representación de quienes se abstienen (que no va a ser mi caso el próximo domingo, ya que pienso votar) cuando habría tantísimos con el mismo derecho. Pues les diré lo que avalaría semejante sintentido: "Porque me da la gana". Es la lógica progresista y antisistema. El caso es que desde que las ideologías han suplantado a las ideas, la razón y los derechos pintan poco en la política partidista.
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