VII
Qué clara agua tus Moradas
para saciar esta sed. Qué rojas
y lúbricas esas manzanas
arrancadas al árbol de la vida
donde ocultos saberes, donde
una cervatilla de frágiles pies
de cristal retoza con el Ciervo,
requiebra en las claras praderas
de un nuevo paraíso. Qué sabor
de moras salvajes y timbales
en la boca, al tiempo
agria y dulce, azul de fresco mar,
blanca de prístinos
neveros rebosando en deshielos
tus palabras, sabia,
sabrosa Teresa de Jesús.
Horas
de cálamo y cabos de cera
gastados en la noche alta
de íntimas con dencias y fragores. Horas
al alba como velas
hinchadas caminando en alta mar,
caminando, rolando
por las olas levantiscas de las fundaciones
y palacios, navegando ruecas de mar l
para dejar bordadas en los páramos,
secos, las húmedas estelas
de tus valles, Teresa. Y leo,
sin embargo, que por estos
raudales y valses de rubios
sauces encrespados o conciertos
con que generosamente
nos obsequias, azuzaron
contra ti, liebre Teresa,
los perros de la Inquisición.
¿Y quién inquirió
al Inquisidor?, ¿quién?
¿Quién devolverá la luz
de tantas candelas apagadas
por el dedo heridor de los tártaros:
el Becerro, la oscura Máscara
y la Bestia revestida de tiaras?
Sólo
el tiempo ha serrado
los dientes de los perros
que olisqueaban tu rastro.
Sólo el fulgor de tus palabras
ha abierto avenidas de luz
en las ciegas noches de sangre
y carne vulnerada construidas
por los tártaros y sus eternos
cómplices que habitan
oros empudrecidos
y doseles.
Pero hiede
el humo de las víctimas que el viento
airoso de noviembre arrastra
desde entonces y fermenta
con miedos las ventanas de los justos:
¡Viva Galileo!Y Giordano
Bruno. Y Teilhard de Chardin
e Yves Congar. Y Leonardo Boff.
Y Ernesto Cardenal, pintor primitivista,
poeta nica, perdedor, hendido
por un rayo ponti cal. Y fray Luis
de León, encarcelado y al n
libre con su indómito
decíamos ayer. ¡Viva Juan
de la Cruz!, lanceado también
como ellos, como tú,
Teresa, por dar
a la caza alcance.
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