En la RAE el término "corrupción" tiene, entre sus varias acepciones, como primera entrada: "acción y efecto de corromper" (echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo); por lo que no estaríamos muy desencaminados si consideramos la corrupción como una depravación moral. La cuarta acepción, por su parte, nos dice: "en las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores", [http://bit.ly/1YLgQQJ], que es la que más preocupa a la ciudadanía, por lo menos a la honrada, porque a la otra lo que le da es envidia: envidia de no poder ser ellos los que fueran corruptos.
Queda demasiado coja, para mi gusto, la definición, así que buscando otras más completas, encontré la que ha dado el profesor holandés Petrus C. van Duyne, reconocido por sus trabajos sobre corrupción, lavado de dinero y crimen organizado: "La corrupción es una improbidad, o deterioro, en el proceso de toma de decisiones, en el que un tomador de decisiones se desvía, o exige desviación, del criterio que debe regir su toma de decisiones, a cambio de una recompensa, o por la promesa, o expectativa de una recompensa. Si bien estos motivos influyen en su toma de decisiones no pueden ser parte (legítima) de la justificación de la decisión" [http://bit.ly/1Q3jyzj]. Aquí, como podemos ver, la corrupción queda definida como un desvío de los criterios que debe seguir la toma de decisiones, a lo que hay que añadir dos nuevas variables que no se contemplan en las definiciones literales. La primera es que no hace falta que sea ejercida directamente en primera persona, sino que puede ser inducida por un tercero con más poder; y, la segunda, es que no se trata de los beneficios inmediatos de ese desvío sino también de las expectativas de futuro.
Un ex alto cargo, cómo decía Miguel de Cervantes, "de cuyo nombre no quiero acordarme", pero no me queda más remedio (para que sufra mofa, befa y escarnio público de mis dos lectores), Manuel Lamela, parece que ha vuelto a hacer de las suyas. Se hizo famoso cuando, siendo Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, entre 2003 y 2007, acusó al personal del hospital Severo Ochoa de sedaciones irregulares por una llamada anónima que había recibido. Su gran historial en las llamadas "puertas giratorias" es más que conocido, pues maneja como pocos eso de dejar el cargo público para pasarse a una empresa privada, siempre relacionadas con temas sobre las que ha tenido poder. Ahora, en su última andanza conocida, le ha tocado actuar de correveidile con su antiguo jefe, Miguel Arias Cañete, para mediar a favor de la puesta en marcha de la mina de Uranio en Retortillo, tropelía que quiere poner en marcha la empresa minera Berkeley: empiezo a ver dónde están yendo a parar esos primeros 50 millones de euros, que decían iban a invertir.
Oír las explicaciones de la empresa minera, para el fichaje de este tipo es, como poco, surrealista: "la empresa puede contratar a los profesionales que tenga por conveniente", y que ha contado con él para asuntos puntuales "como abogado del Estado, experto en asuntos de derecho administrativo". Curiosamente, este hombrito jamás ha tenido ningún tipo de relación con el sector de la energía, el ámbito nuclear o el entorno comunitario. Yo, será porque soy muy mal pensado, no me huele demasiado bien lo que se ha conocido estos días al respecto. Y, no contentos con recurrir a este tipo de amiguismos y colegueos varios (hoy por ti, mañana tendrás un puesto aquí), la multinacional australiana también recurre al miedo para tratar de intimidar a quienes quieren un medio rural limpio, como puede atestiguar "El Blog de Jesús", uno de los más firmes opositores a la reapertura de la mencionada mina, que está siendo presionado para que retire algunas de sus entradas por dañar su imagen corporativa [http://bit.ly/1OmfWTg]? ¡que parezca un accidente! le dijo Don Vito a Michael Corleone.
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