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Castillos de papel
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EL CIELO VERDE

Castillos de papel

Actualizado 02/12/2015
Elisa Izquierdo

Mi generación nació a las puertas del cambio de siglo, y con ello, muchas cosas pasaron a ser otras completamente diferentes. Sin embargo, entonces no nos dábamos cuenta. Aún veíamos las míticas películas Disney de princesas, también El Rey León, Peter Pan y aquellos dibujos animados de Mickey Mouse o Winnie the Pooh. Incluso perduraban anteriores a ellos como Los Simpsons, Tom y Jerry y otros muchos personajes que aún han tenido tiempo de evolucionar con nosotros. También nacimos cerca de la zancada al euro en 1999, entonces aquellas pesetillas con un agujero en el medio pasaron a ser donuts de metal en las cajas registradoras de juguete. Recuerdo la ilusión que me hacía recibir un puñadito y guardarlo junto a los billetes de pega. Al igual que recuerdo sentarme en el suelo enfrente de la que más tarde sería la 'tele de culo' que pesaba casi más que yo.

[Img #487405]Crecí al mismo tiempo que Cuéntame cómo pasó con el pequeño Carlitos poniendo su dedo en la superficie del agua mientras yo tarareaba la canción. Entonces todo seguía su curso, y nosotros los niños éramos el futuro de este país que apenas hacía dos décadas había dejado atrás eso que llamaban franquismo. Nuestros padres supieron lo que aquello supuso y nuestros abuelos todavía más. Pero nosotros ya no teníamos que tener miedo, habíamos nacido en una nueva época, en el salto del veinte al veintiuno. Y qué bonito fue. Qué bonito fue crecer arropados y colmados de regalos en Navidad, con esa ilusión por las cosas nuevas, por cada muñeca más guapa que la anterior y cada coche más rápido que el último. Cada anuncio publicitario era una pequeña historia, un fiel reflejo de lo que la sociedad pretendía demostrarse a sí misma. Mucho éxito, mucho trabajo, muchos niños, mucho amor. Éramos felices, claro que lo éramos. El mundo nos abrió las puertas de par en par y nos dijo 'Este es el nuevo mundo, el pasado solo está en los libros' Crecimos aprendiendo de memoria fechas muy importantes, nos explicaron lo que fue la guerra y que eso de los malos y los buenos hay que aceptarlo. Vimos fotos, películas y algún que otro museo, y nos parecía muy viejo, de hace mucho, quizá de otro mundo olvidado. Pero nosotros estábamos a salvo de ese pasado, éramos niños de Occidente, había oportunidades para todos y el dolor de aquello era una carga que debían llevar las enciclopedias.

Cuando ya no éramos tan niños a veces oímos la palabra crisis, y seguíamos sin entender a qué le llamaban crisis. Era el fin del 98 y se suponía que ya no nos tenía que preocupar, puesto que los ciclos económicos prometían una nueva era de prosperidad con el euro y más allá. Además, era imposible pensar en eso, yo jugaba con los móviles de los adultos que se quedaban obsoletos cada vez que llegaba una novedad. Era tan divertido pensar que unos aparatitos con botones y antenita podían reproducir la voz de alguien hablando a distancia superando los mazacotes con cable... En 2002 el no va más, móviles con cámara integrada, a partir de entonces evolucionaron tan rápido que aún me parece increíble tener un móvil táctil en la mano. Paralelamente, la televisión se fue haciendo liposucciones reduciendo así el tamaño de su trasero. Y cada vez se veía más grande el mundo por esa ventanita, esa ventanita que invitaba a entrar. Cuando nuestros ojos ya se acostumbraron a los píxeles de las maravillosas pantallas empezamos a saber del exterior algo más de lo que nos enseñaban los libros. Aunque no siempre supimos muy bien dónde estaba la verdad, o si todo era un montaje, o si las noticias de esto o aquello no era más que otra película de Hollywood para meternos miedo. Y es que entre tanta evolución seguían ocurriendo cosas, cosas que posteriormente aparecerían en otros libros que estudiaríamos en el colegio y en el instituto, sin comprender siquiera cómo esos acontecimientos estaban marcando nuestras vidas.

Vimos imágenes pasar, gente de otros países, personas muriendo, torres cayendo y explotando por los aires, guerras que no se parecían a las que nos contaban nuestros abuelos y presidentes que hablaban del futuro. No sé que nos perdimos esos años, ni qué no nos contaron, ni qué no entendimos, ni si éramos demasiado pequeños, y ahora demasiado jóvenes. Pero el mundo empezó a ser el escenario de momentos que ahora nos refrescan la memoria. Olvidamos que los libros tenían más historias que contarnos que aquellos monumentos tecnológicos. Olvidamos que algún día tendríamos que volver al ayer para entender el hoy, y cuán inocentes eran nuestros ojos y nuestras bocas. Construimos castillos de papel que hoy vemos quemarse e imaginamos un futuro entre canciones de John Lennon que cada vez suenan más rotas. Hoy veo a esa niña, a esos niños de ayer, veo a mi generación y me doy cuenta de que es la misma que estaba al otro lado del mundo. Aullando de dolor solo que a kilómetros de distancia y entre cenizas. Al otro lado de la tele. Sin admirar ni una sola película de Walt Disney y sin tener siquiera un muñeco para jugar. Veo que solo han pasado unos años desde entonces, y no puedo ni imaginar qué tipo de recuerdos tendrán esos niños que nacieron en el cambio de siglo al igual que yo, y sin embargo, tan lejos de haber tenido una vida. Me duele ver que eso que nos decían que no miráramos en las noticias es lo que ayer y hoy está pasando continuamente, es aquel venerado futuro, y es nuestro propio mundo. El mundo que un día se dividió y nos dividió, deshinchando corazones.

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