En el espanto
el inmenso ataúd recogió el bosque hueco.
Se quebraron los picos de la corona,
esparciendo los mutilados pedazos
por el suelo atezado.
Se borraron los mil ojos,
se eclipsó el día,
se ofuscó la noche.
El silencio se trocó en estruendos
de cadenas negras,
y plañieron el aire
los kyries de los colores que se fueron.
El espanto cercenó la música
y de las grandes alas asomaron
los huesos desplumados, convertidos
en esperpénticas escobas barriendo el caos.
Abatida la vida,
quedó abierto el vientre que mostró
los resecos intestinos de la infamia humana.
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