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Actualizado 14/11/2015
Ángel González Quesada

Seguidores, tal vez, de esa inveterada costumbre de magnificar los aniversarios que terminan en cero, y devotos, muy probablemente, del mucho menos inofensivo afán de manipular a su antojo e interés el objeto de esos aniversarios, algunos editores y escritores de este país se han lanzado a celebrar -¿conmemorar?, ¿liquidar?, ¿lamentar?, ¿chulear?, ¿manipular? ¿rentabilizar?...- que el próximo 20 de noviembre se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco, el más sanguinario dictador del siglo XX. Ese mismo día este país inició un camino que debería llevarle a la libertad mediante el reconocimiento de los derechos humanos de sus habitantes, pero que ha resultado notablemente fallido, cristalizado en un sistema representativo insuficiente y escaso, en gran medida condicionado por las rémoras, las dominaciones, las castas y privilegios forjados e impuestos por aquella oscura dictadura.

A esa explosión editorial, en la que también reconocidos franquistas y cómplices dela dictadura se presentan ahora en tapa dura como adalides de las libertades, con obras de descarada manipulación, síntesis gregarias, memorias falaces, mentiras puras, exégesis serviles o intertextualidades acomodaticias con las que pretenden tener la última palabra de lo que fue la verdad de la espesa sombra de sufrimiento del pueblo español durante décadas, se añaden alegres resúmenes en papel couché, relajantes historietas a todo color, bochornosos congresos y eventos en loor de la más rastrera manipulación histórica, lamentables tergiversaciones periodísticas y, cómo podrían faltar, los productos editoriales de "explicación a los jóvenes" de lo que fue la dictadura franquista y la guerra civil española, realizados en lo que llaman 'su lenguaje', como la realizada por el ínclito Arturo Pérez Reverte que, en consonancia y parentesco con la desinformación que sobre estos temas han mantenido los programas educativos oficiales en los últimos cuarenta años, y en la línea de sus versiones de textos clásicos, buscan, abaratándolo, "empaquetar" y asfixiar las explicaciones veraces sobre el más oscuro tiempo de la historia reciente de España, mediante la exposición superficial, la argumentación de una falsa equidistancia y el mentiroso reparto de culpas en una simple y cerrada ?y con ánimo de incontestable- definición de maestrillo o intento de verdad lapidaria, que quiere terminar con las apelaciones a la justicia, a la reparación y, sobre todo a la verdad, que constantemente exigen unas víctimas despreciadas, maltratadas, ignoradas y ahora, por lo que se ve, también retratadas en lenguaje accesible.

La guerra civil española y la dictadura sangrienta que sus responsables y vencedores provocaron, necesita una profunda revisión, una causa general, un proceso abierto y justo que fije las responsabilidades, que nombre a los culpables, que repare a las víctimas, que devuelva sus derechos a los robados, reponga su dignidad a los desposeídos, consuele a los insultados y honre debidamente a los muertos. Existen magníficos estudios históricos que explican ese negro período de la historia, y sería deseable que las obras que vayan añadiéndose a ese conocimiento aporten, al menos, luz y claridad y no ocultamiento y opacidad. Alentar a los jóvenes a su lectura es el mejor camino para iniciarlos en el conocimiento de la verdad. El sufrimiento de todo un pueblo, el robo sistemático de sus vidas, de su entendimiento, de sus oportunidades, de su cultura y de sus libertades durante cuarenta años; las condenas por responsabilidades y las culpabilidades de y en la guerra civil, la clarificación de complicidades, los castigos a los beneficiados del sufrimiento, a los rentistas de los crímenes y el reconocimiento de las lágrimas de tantos, no merecen ser despachados con resúmenes escolares de trapillo ni operaciones editoriales de simplificación, engaño y trivialización, porque eso, además de desprecio por las capacidades intelectivas de los jóvenes, significa la permanencia de la mezquina ambigüedad que, sobre la verdad del franquismo, sigue instaurada en los salones nobles de este país.

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