Como una metáfora de la fragilidad y la delicadeza. Ensimismada, bate la luz sonora de este instante, a cincuenta o sesenta centímetros de mí. ¿Por dónde ha llegado? ¿Quién la trajo a este rincón, en este noviembre atípico e irreal? No hay lirios abiertos, ni un mínimo jazmín, para aposentar su melancolía, su frágil silueta. Tiende su inocencia, su vuelo de seda, en el ángulo celeste que configura el amor de las persianas. Como un parpadeo en esta luz de otoño se queda un segundo quieta ante mis ojos. Luego, se aleja, se hunde en la penumbra que la sombra del sol urde sobre el patio, dejando tatuado, no obstante, el equilibrio de su danza violeta sobre mi corazón.
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