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A las puertas del colegio
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EL CIELO VERDE

A las puertas del colegio

Actualizado 04/11/2015
Elisa Izquierdo

Como esa primera vez. La ilusión, los nervios, el 'no te vayas mamá' El no saber cual es tu silla, o si habrá sitio para ti en esa clase. Qué pequeño parecía el mundo, ahora sin embargo, y a pesar de haber crecido, es cada vez más infinito. Infinitamente desconocido e infinitamente redondo. Parece inevitable echar la vista atrás de vez en cuando y observar el espejo con cara de extrañeza. Y preguntarse qué pensaría ese niño de nosotros, en este preciso momento. Aún así saber, que todas las veces que quisimos 'ser mayores' tan solo estábamos preparándonos para un salto fugazmente repentino, casi inapreciable, e incluso, para alguna subida acelerada en ascensor. Y no siempre, porque crecer es como subir escaleras, decía, y no me equivocaba, aunque en ocasiones nos tropecemos y no avancemos de piso, aunque más que escaleras parezcan escalones gigantes a los que nuestras piernas no llegan por mucho que se estiren. Cuántas mañanas hemos respirado otro aire, masticado otra decepción, o simplemente, despertado con unas ganas casi necesarias por buscar algo nuevo, algo que más que un deseo, fuese una meta. Cuántas noches antes de dormir nos hemos puesto la máscara de gas para no intoxicarnos con el dolor, aún así atragantándonos; cuántos atardeceres la soledad se ha convertido en la mejor compañía, y en la única capaz de arroparnos en el sofá. Cuántas otras madrugadas hemos parado de buscar, cansados, mientras una promesa que nos hacía la vida misma se colaba por la ventana, a condición de no dejar jamás los sueños escondidos bajo la cama.

[Img #470042]Ha pasado mucho tiempo, pero eso no dice nada, no dice nada de nosotros, de lo que llevamos en la mochila desde que entramos por la puerta del mundo. Ha pasado mucho tiempo, contado en minutos, y en horas y en todas las medidas matemáticas que podamos dar de él. Pero lo que nos ha pasado, lo que nos ha transformado y moldeado, es eso que solo conoceremos cuando la escultura esté acabada, cuando las imperfecciones de su contorno sean tan agradables a la vista como los materiales de los que está hecha. Ojalá ese día nuestra escultura sea tan alta como nosotros, quiero decir, que por lo menos esté a nuestra altura y podamos mirarla a los ojos. Sobre todo, para que ya no nos asuste lo que podemos hallar en nuestros espejos, y para que ya nadie pueda decir que nos hemos quedado sin sombra, o sea sin luz. Mientras tanto, lo que somos será el misterio que cada vez que está a punto de resolverse un nuevo descubrimiento anula las pruebas.

Más que conocernos enumerando lo que ha quedado escrito en nuestras manos, podríamos leer lo que hemos dejado indeleble en los costados de otros. Porque uno también puede verse en otros ojos, porque es más clara el agua del mar que un cristal empañado por el humo. No solo somos lo que tenemos, y no hablo de cosas, hablo de lugares, memorias, personas (lo que hemos recibido de ellas); también somos lo que no tenemos, los pedacitos que hemos regalado, lo que se nos ha escapado, lo que se ha ido y los que no han vuelto, lo que ha pasado de visita y lo que ha huido de nuestro portal.

Dicen que hay una sola primera vez para todo, pero yo no estoy de acuerdo. Estoy segura de que todos hemos vuelto al colegio muchas veces, me explico, muchas veces hemos dudado en girar el picaporte sin saber si quedarían sitios libres, ni si lo que habría tras el umbral nos haría sentir a gusto. En casi todas esas ocasiones hubo una mano en el hombro, un pequeño empujón hacia delante, y cuando no, un impulso. Si nos atrevíamos a pasar podía suceder que ya todos estuviesen sentados. Pero con suerte, siempre había alguien dispuesto a cederte la silla, o a compartir su bocata contigo.

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