Lunes, 13 de enero de 2025
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Varda Genossar, desde el caudal de la lírica hebrea
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TRAVESÍA DE EXTRAMARES

Varda Genossar, desde el caudal de la lírica hebrea

Alfredo Pérez Alencart escribe sobre el libro 'La memoria de los ríos', presentado durante el XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Y selecciona siete poemas para los lectores de SALAMANCArtv AL DÍA

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Los ojos de Varda no sólo ven las aguas, sino que cobijan en el arcón de las visiones. No sólo ven los ríos y sus paisajes adyacentes, sino las estrellas y todas las constelaciones hacia donde alza la vista para seguir la travesía. No sólo tratan sobre la hermosura del amor carnal, sino también cruza su memoria por antiguos encantamientos y éxodos que se sobreponen y vuelven a Sefarad. En su poesía hay caudales que van desde el Jordán hasta el río Duero pasando por Aranda, pero también hay imágenes de indestructible soberanía, palpitaciones ancestrales de la tradición hebrea, días urgidos por la intolerancia de varios frentes, pero siempre versos que no desmayan.

Varda Genossar es una notable dama de la poesía israelí contemporánea: sus textos son cánticos remojados en los calendarios del deseo y en el recuerdo no enmudecido de sus orígenes, y en las aguas navegables donde, en noches de luna llena, espejean sus estrellas: Varda quisiera una tierra serenada, sin que recomiencen las contiendas. Al no ser posible, el centro de su atención se proyecta al cuerpo, catapulta del éxtasis al que se entrega el alma. Por ello dice: "No es el cuerpo no es el alma,/ es el plano de mutismo entre los dos"; o también, más directa: "El cuerpo susurra: conoce a tu amante/ Su llegada y su salida como una luciérnaga/ Desde el cuarto oscuro".

'Memoria de los ríos' (Verbum, Madrid, 2015, pp. 84, con traducciones de Marta Lapides) contiene cerca de una treintena de textos que nos permite conocer ciertas vertientes de la obra de una poeta esencial, de esas que esculpen las sílabas para que las palabras se enraícen al cuerpo del poema y venzan, mansamente, a cualquier lector que tenga la fortuna de apreciar lo que los ojos de Varda captaron para él y para todos.

Recomiendo, sin regateos, que posean esta pequeña joya. Tuve el privilegio de que Varda me lo dedicara, obsequiándomelo en el incomparable claustro del Colegio Arzobispo Fonseca.

SIETE POEMA DE VARDA GENOSSAR

EN LAS COSTAS DE SAL

La tierra gira con nosotros en los placeres de la carne

Ahí estuvimos, ni desnudos ni vestidos,

Creados a objeto de una piel sensible

Para sentir el uno al otro

Para avergonzarnos el uno del otro

Cubiertos con capa de agua dura

Bajo cielos invertidos.

Al mirar atrás,

Nos convertimos en una columna de tensión

Por todas las cosas que no

Se dicen.

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TU ROSTRO

Tu rostro está ahora expuesto

A los cuatro vientos

Recoger la transparencia desértica

A través

De la cobertura del olvido diario.

Pronto sentiremos

El aroma de la primera lluvia,

Que despierta felinos de pasión

A arquearse maleables,

Y nosotros a su lado nos arrimamos,

Y nos derrumbamos.

EN EL MAR

En el Mar Muerto relucen nuestros cuerpos

Con una luz de cobre

Tu boca lame sal de mis heridas

Nos calma la visión

De la facilidad con la que flota por encima

El peso de las estrellas

Flota en la Osa Mayor

Gira,

En modos de esplendor.

Cómo fue que erramos

Al imaginar

Que eran nuestra alma.

ÓRDENES

Hay órdenes que se allanan por sí mismos,

Formas entrelazadas en la maraña del amor,

Como el Jordán adormecido entre los sueños del desierto,

Roza la muerte mas no se amedrenta.

Al igual que el cuerpo oculto entre los juncos

Engulle sonidos, contento y emotivo.

Y nuestra alma que estaba ahí presente

También era un túnel repleto de ardores,

Juntando con triste ademán

La dicha del agua purificada

Hasta que

El verde y el azul loaron

La consagración,

Y desde el silencio confeccionaron

Pequeñas cabañas de espíritu

Para descanso de las palabras.

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EL LIBRO DE LAS AGUAS

Una paloma tiembla en la roca como el tormento del mundo

María besa con la mirada el sonido de las alas

El duende profundo retoza en su corazón,

Quizás como la remota Miriam que estaba entre los juncos

Y quiso tenderle la mano al cesto flotante,

Aquí, a la sombra del río en el tercer siglo de nuestra era,

Ella se inclina ante una tumba diminuta,

Ania Salomonola, pequeña judía,

A quien tuvo un solo invierno, su hija.

RÍO DE LUZ

Y ese placer navegaba sobre el suave roce de las olas

Que envían temblores de pasión al cuerpo de los jóvenes,

Y del temblor que surgió de su interior

Crecieron flores de luz sobre las aguas.

En Dura Europos las muchachas susurran en arameo antiguo

Renovado parto de la memoria de aguas oscuras,

En cuya tonada vibraron cuerdas de estrellas

Como el arpa de David, que sonaba por sí misma

En el viento nocturno.

Y ese día destelló con el tierno verdor

De las cañas en las ramas

Brotando en el fervor de roja flor, abriendo sus pistilos

Con el suspiro de un cabrito que ignora el momento de su ascensión

Madreperla dorada, Aranda de Duero,

Lugar de lejanas añoranzas

Dedos de neonata muerta tocando el río

En el que encienden fuego.

EN EL JORDÁN RABÍ YOHANAN NADA

En los prados del Jordán me baña su enseñanza,

Despliega su lección, el secreto de las aguas que recuerdan

Las estelas de conciencia que con él se extienden,

Suelta la boca de su cuerpo

Blanda túnica,

Se regocija en propio albor.

Cada vez que se sumerge en el esplendor

Como dos es que baña.

El cuerpo solitario y el espíritu por sí mismo,

Aguas vivas envuelven

El reflejo de sus órganos.

Su amor lo acompaña a todas partes

Yo me detengo frente a él en mi lancha de carreras,

Acallo el motor del tiempo,

Entre las plantas del río, con encanto sombrío

Atraída por la luz, para escuchar

La leyenda de agua entre nosotros

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