El tío Oliva fue un trapero, de ascendencia sumeria, que se acercaba, todos los jueves, por mi pueblo, a vender pucheros, platos, vasos, botijos y? Extendía los cacharos de cerámica sobre el suelo de la plazuela, que transportaba en el sótano de su carro, protegidos con briznas de cerdas para evitar que se quebraran; y, a cambio de un puñado de trapos, te regalaba unos platos, un puchero o unos vasos o lo que se terciaba; a los chavales, por dos o tres media herraduras, nos despachaba con una barrilina pequeña, que nosotros utilizábamos para hacer nuestra judiadas y chapoteos.
El tío Oliva era un personaje típico, bonachón, alto y fuerte; vestía unos pantalones de pana con culeras y rodilleras, desgastado de tanto arrastrarse por el suelo en el oficio; chaleco del mismo paño, que contrastaba con el blanco de su cadena plateada, que sujetaba en un ojal del chaleco. Una gorra visera, negra, de plato, le amortiguaba del calor poco condescendiente. Sacaba, con frecuencia, su reloj, en espera a que marcase las once, para echar las onces, que consistían en un rescaño de pan y un cacho de tocino cocido, que le había metido su mujer, como sobra de la olla del día anterior, y se aliviaba con unos tragos de vino del barril pequeño, que guarecía del bochorno bajo la oscuridad de la manta. El tío Oliva aparentaba felicidad, y, posiblemente, a pesar de la parquedad del oficio, se sentía satisfecho.
A este hombre socarrón, de voz barítona y pausada, le sucedió lo mismo que a Colón, que falleció sin conocer que había descubierto un nuevo mundo. Al tío Oliva, le pasó otro tanto de lo mismo, murió sin saber que había concebido los entresijos de los tratados europeos. Un pobre hombre castellano, sin ilustración, pero, con mucho sentido común, trazó las pautas para confeccionar las normas que habían de regir a casi todo el mundo europeo. Han tenido que pasar más de setenta años, para que alguien se haya percatado de la lucidez de este gran hombre, del hombre de los cacharros de barro cocido y del traje de pana, que tomaba las once todos los días.
Según los analistas de la época, que han descifrado los tratados europeos, han comprobado que su origen radica en la esencia primera del barro, en el molde artesanal del torno y en las yemas afinadas del artífice. El cocido final, como se pudo constatar, dio como resultado: "un vaso es un vaso", y "un plato es un plato"; con la disposición adicional de "al pan pan y al vino vino", Así se concibió la ley de leyes, que administra a todo un continente, y que todos los ciudadanos europeos tenemos el deber de acatar.
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