La ciudad incandescente
Estos últimos días, desde mi casa, veo arder los crepúsculos en el poniente.
Tal vez sea el atardecer que, encelado, intenta afrentar el esplendor de la ciudad dorada.
O quizá el horizonte sólo es el fraude de un espejo largo, que repite el centelleo ígneo de sus piedras francas.
Aunque?, puede que el sol se haya aquerenciado con Salamanca y se niegue a dejar el campo a las constelaciones de su Cielo y a sus estrellas pintadas.
Acaso? ¿no podría ser que se hayan desvelado las almas de la casa-cuna de San Carlos y estén batiendo las alas?
Barrunta Ernesto que sólo es el otoño, que se aproxima con sus zancadas de viento y su aureola amarilla, como de fuego.
Está por ver.
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