Ya ha pasado la campaña electoral catalana y hasta las elecciones. Uno ha conseguido morderse la lengua hasta este momento, a pesar de que no ha sido fácil. Demasiada brocha gorda, algunas situaciones ridículas e incluso increíbles, rozando el milagro, y alguna voz sensata que ha pretendido añadir racionalidad al debate, aún así impregnado de visceralidad y cerrazón.
Cuando se escriben estas líneas, todavía no se tiene ni idea del resultado, pero lo que se va a decir se aplica cualquiera que éste sea. Seguimos ante el mismo contexto y ante la misma legalidad, que por cierto se cambia y se adapta cuando es necesario, incluso por la vía de urgencia, como sabemos todos los juristas. Pues bien, continuamos ante las mismas cuestiones pendientes de la semana pasada y sólo nos cambia el dato de que tenemos sobre la mesa los resultados de unas elecciones que, al menos de hecho, todo el mundo ha tomado por plebiscitarias.
En el momento en que usted lea esta página habremos visto las consabidas valoraciones en las que cada cual se agarra al clavo ardiendo que más le favorece y algunos ciudadanos habrán perdido unos gramos más de confianza en quienes pretenden gobernarnos, entendiendo por ello tomarnos por bobos. Es obvio que el resultado objetivo será un importante factor. Pero cualquiera que este sea, quedará pendiente el problema no menor, del encaje de una parte importante respecto a España.
Sería poco práctico insistir en el manido tema de la docencia ideologizada, en la manipulación de las masas o, sin ir más lejos, en eso de España, una, grande y libre, más presente de lo que pudiera parecer. A pesar de la situación enquistada, tanto si hay mayoría independentista como si no, no es menospreciable que haya un grupo importante de población que no quiere ser española, y curiosamente no quiere dejar de ser europea. Esta cuestión meramente descriptiva y objetiva, que ha dado lugar a tantos minutos de video, a tantas líneas de prensa, a tanto "sesudo" debate prospectivo?, ha demostrado ser resbaladiza por demás. No sorprende que en campaña electoral los sentimientos y la ideología de unos y otros hayan llevado a algunas argumentaciones arriesgadas, atrevidas y también insensatas. Pero ahora es el momento de detenerse en la mera constatación y de ponerse manos a la obra para encontrar vías constructivas. Nunca es demasiado tarde.
Hace semanas, al ver la deriva a la que nos llevaban los oídos sordos, un servidor escribía en la prensa salmantina, por cierto en catalán, que estamos condenados a entendernos. Casi nada. En cualquiera de los casos hay que hablar entre distintos, hay que encontrar cauces de entendimiento. Es un principio básico de la democracia: escuchar lo que piensa el pueblo y obrar en consecuencia. El pueblo catalán ha hablado. Se podrán discutir los efectos políticos y jurídicos de esa opinión. Pero no que la opinión exista. Algo habrá que hacer al respecto.
Estaremos pendientes de la cintura política de nuestros gobernantes, con escasa fe es cierto, pero también nosotros agarrados al clavo ardiendo de la sensatez y de la moderación.
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