No sé si siguieron el debate entre Margallo y Junqueras, en vísperas de las elecciones autonómicas catalanas. Mereció la pena, pero no tanto por lo que se dijo como por ser un perfecto ejemplo de hasta qué punto el lenguaje no sirve para comunicarse sino todo lo contrario. Un diálogo de sordos. Todas las objeciones que Margallo, utilizando el simple sentido común, hacía a las pretensiones soberanistas, eran respondidas por Junqueras yéndose por los cerros de Úbeda, hasta el punto de que quien no tuviese conocimientos jurídicos sobre lo que es la UE o cómo se adquiere la nacionalidad, desconectarían o llegarían a la conclusión de que allí nada era claro, todo era opinable (todo menos los hechos, acoto yo, negarlos no entra dentro del terreno de lo opinable, sino del fanatismo, o la pillería incluso), y que la política para los políticos, que para eso les pagamos ( y a veces por no hacer nada o enredar, lo cual es peor).
Con lo cual me hago de cruces sobre el llamado proceso soberanista. En buena lógica, como sucedió en Canadá e incluso en Escocia, tal proceso debería estar reglado jurídicamente, es decir, previsto y regulado por las leyes, para que nadie se sintiera tangado. Aquí sucede todo lo contrario: utilizan unas elecciones autonómicas como sucedáneo de un plebiscito para que el pueblo catalán se pronuncia sobre si quiere separarse de España, pervirtiendo el sentido específico de esas elecciones y confundiendo una elección ?varias opciones políticas para constituir el Parlamento regional- con un referéndum ?una pregunta clara sobre la que se pronuncian todos los electores. Con lo que tenemos el disparate inmenso de que la convocatoria electoral depende de cómo se la tomen los posibles votantes: unos irán a impulsar el secesionismo catalán, otros simplemente a elegir a sus representantes para cuatro años, otros a ratificar que Cataluña es España. Un cacao mental que a nada bueno puede conducir y que plantea todos los interrogantes sobre el día siguiente. En cualquier caso, han dividido ya a los catalanes, unos montan algarabías contra Rajoy cuando se pasea por Gerona mientras que muchos guardan silencio porque el miedo es libre y allí hay que seguir ganándose las lentejas.
Nuevamente el tema sobre el tapete: qué es democracia. Mi opinión es que en España muchos la confunden con llevarse el gato al agua y todo lo demás es secundario, cuando en realidad se trata de un procedimiento para racionalizar las decisiones políticas. Mediante la democracia, respetando la ley en primer lugar como cauce de la misma, intentamos alcanzar lo que en el argot político se ha llamado siempre la voluntad popular. Y esto exige luces e inteligencia y no poca prudencia, y hasta paciencia, y tolerancia o respeto a las minorías. Supone la democracia entonces comunicación entre los adversarios para debatir los puntos políticos diversos, encontrando el punto débil del contrario para granjearse la simpatía del elector, sin engaños, sin trampas saduceas, con un lenguaje comprensible. Y aceptar que no hay verdades absolutas ni dogmas, que todo es opinable excepto lo que nos hemos dado votando todos y que es la Constitución. A partir de aquí podemos empezar a hablar,
De donde concluyo que el proceso soberanista catalán, que tendrá su primer hito fundacional el próximo domingo, es el más perfecto ejemplo de lo que no es democracia. Asaltar el poder por las bravas nunca ha recibido tal nombre.
Marta FERREIRA
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