La mañana siguiente al último día que llovió en Salamanca, me despertó a las seis y pico de la mañana un ruido estruendoso de un camión cisterna arrojando agua sobre el mojado suelo por la lluvia del día anterior. Al ruido del agua y del potente motor se añadía el sonido y la luz de la alarma o señal, por si algún insomne se paseaba al amanecer por ese paraje. Despertado por el descomunal ruido en el amanecer, me asomé a la ventana y le pregunté al conductor del camión si pasaba algo, si había algún incendio?
El día anterior hacia las cinco de la tarde, paseando al lado de las catedrales en dirección a la Rúa y Plaza Mayor, de repente escucho, detrás de mí, otro ruido sobrecogedor que no sabía si podía ser un helicóptero que se iba a posar en la plaza del obispado o uno de esos artilugios con tubo aspirador que aspiran el polvo de las piedras en la zona monumental, pues normalmente en esas calles no hay nada que aspirar de los suelos. Rápida y caballerosamente cogí a mi amiga por los hombros y la atraje hacia la pared de la torre, en un intento de salvarla de aquel monstruo que aún no había identificado. Era una de los artilugios aspiradores que subía por la calle de Tentenecio como en un rally de Fórmula 1.
Cerca de donde habito hay una zona ajardinada, que no sé por qué motivos debe ser "la niña mimada" del ayuntamiento salmantino. Días y días, tres operarios de limpieza siegan, durante toda la mañana, hasta la última brizna de hierba de un césped que apenas se ve (y que sobre todo disfrutan los privilegiados y numerosos perros de la zona); todas las mañanas a las 8h 30 en punto pasa la máquina de dos ruedas gigantes a muy poco metros de mi dormitorio barriendo todo lo que imagina el conductor, pues los papeles o latas de cerveza reales que dejan en el suelo algunos poco cívicos paseantes, esas no las "barre". Esta fiebre compulsiva de limpieza trasforma este pequeño rincón salmantino, (que por ubicación debería ser uno de los más tranquilos de toda la ciudad), en una especie de auditorio sinfónico de motores, aspiradoras, camiones que podrían estar limpiando la gran manzana de Manhattan.
Con los peculiares horarios y con la ultramoderna maquinaria limpiadora, el ayuntamiento salmantino metamorfosea las virtudes de la limpieza pública en pura y dura polución acústica.
Sí, polución acústica, esa de la que apenas se habla aún en esta "Roma la chica". Limpieza, sí, salud pública sí, limpieza atmosférica, acústica, suelos sin basuras, sí, pero no desfile continuo y ostentoso de maquinaria poco eficaz y ruidosa.
Como dice mi vecino, "para esto no abandonamos el campo".
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