Cuanto estoy escribiendo este artículo Alemania de nuevo pretende cerrar sus fronteras ante la llegada masiva de refugiados, se esperan que lleguen a Europa unos 900.00 a finales de año. Hungría no sólo pretende construir un muro en su frontera con Serbia, sino que ha endurecido las leyes, desplegado el ejército y con estupor hemos contemplado el trato los centros de acogida. Llegando afirmar el Canciller Austriaco que le recuerda el capítulo más oscuro de la historia reciente del continente. Europa está ahí, en el centro de atracción de cientos de personas que huyen de una guerra prolonga y que alarga sus frentes. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) afirma que la cifra de personas que tienen que abandonar sus hogares por culpa de una guerra, porque son perseguidos por su raza, etnia, etc., pueden superar ya los 60 millones de personas. Los mayores campos de refugiados del mundo se sitúan en África y en Asia, el más grande es el de Dadaab (Kenia), con casi 500.000 refugiados después de 20 años acogiendo a somalíes y de 24 años de guerra interminable.
Han pasado ya unos años desde que el sociólogo A. Giddens hablase de un mundo desbocado y los efectos de la globalización en nuestras vidas, donde realizaba una defensa de la globalización y la democracia asociada al libre mercado. Plantea que los cambios culturales provocarán cambios políticos, que a su vez traerán cambios económicos. El problema que veía Giddens era la incertidumbre, aunque para muchos el mayor problema de la globalización es el miedo. Frente a esa sociedad global y abierta, hoy vemos la experiencia aterradora de unas poblaciones con leyes impuestas y vulnerables, bajo fuerzas que no pueden controlar, ni comprender, cuya máxima obsesión es el control de sus fronteras y de la población que vive dentro de ellas. Un solo país no puede garantizar la seguridad, la justicia y, el "mercado sin fronteras" ha sido una fórmula perfecta para la fabricación de injusticias y un nuevo desorden mundial, donde la política ha venido a ser una continuación de la guerra por otros medios. Ya no quedan lugares donde esconderse, o donde huir, sólo rezuma un miedo líquido, o el fantasma de la vulnerabilidad. Sólo tenemos tres papeles que representar en palabras de Z. Bauman: el de perpetradores, el de víctimas y el de "daños colaterales" que crece cada vez más. Aquellos que son víctimas de la globalización negativa tratan por todos los medios de escapar, los que no lo son, tienen miedo de que pueda llegar su turno en cualquier momento.
La actual incertidumbre global seguirá persistiendo hasta que la globalización negativa sea complementada por otra globalización de carácter positivo. Los orígenes de la vulnerabilidad son de carácter político y ético, y en la red de interdependencia global, todos somos responsables tanto si lo sabemos o no, si nos guste o no, de las miserias de los demás. Los medios informativos están ayudando, como pasó con la foto del pequeño Aylan y la oleada de solidaridad en toda Europa, pero los titulares y las informaciones envejecen rápidamente, el presente se reduce a picos de actualidad y se ha perdido el aroma de la temporalidad. Tenemos muchos medios para estar conectados, pero parece que cuanto más equipamiento técnico y de mayores posibilidades para erradicar los males, mayor es la impotencia y la incertidumbre.
La cultura actual es reacia a las explicaciones totales de la realidad, la conciencia del límite lo invade todo. Vivimos en una sociedad de pensamiento fragmentario, líquido o débil, donde la esperanza se escapa ante el empuje de la incertidumbre y el miedo. Reivindico contra el miedo la esperanza del pensamiento y el aroma de la historia, tal vez fragmentaria y limitada, pero con la hondura debemos aprender del sentido de la larga experiencia del hombre. La esencia aromática del tiempo da lugar a un sentimiento de duración, es el olfato el órgano del recuerdo y del despertar, los aromas y los olores se entregan completamente al pasado y generan amplios espacios temporales. El sentido del olfato es "icónico", desata el sentido narrativo y condensa los acontecimientos temporales en una imagen. Los aromas son lentos, no están hechos a medida de la época de las prisas, se alimenta del recuerdo, de la lentitud. No tenemos más que observar al Ser, para ver que las cosas están entrelazadas y, hasta las más diminutas se comunican con la totalidad. Sólo la historia revela lo qué es y lo que da de sí la vida, nadie logrará empezar de nuevo, mientras ésta continúe siempre habrá esperanza.
Por otro lado, la banalización y la superficialidad no constituyen ninguna liberación, si renunciamos a un sentido de la historia, también a una esperanza religiosa. Las religiones, en especial el cristianismo que es la que conozco un poco más, son un lugar privilegiado para la esperanza. También para la desesperación y el fanatismo, su contribución será siempre polémica, pero con menor o mayor acierto, tematizan la esperanza definitiva. K. Rahner, teólogo sereno y esperanzado estaba convencido que el hombre se tomará siempre a sí mismo lo suficientemente en serio como para no renunciar a un futuro absoluto. Pensaba que el Dios cristiano era un dique frente a la frustración total, un Dios de la misericordia, no del sufrimiento. Un Dios que recompone historias, que enjuga lágrimas y que lo inaugura todo de nuevo.
Las respuestas de sentido que podamos dar a la crisis actual deberán ser globales, con compromisos estables y duraderos, ya que los Estados y los individuos han caído en el gran vacío de la globalización. La pregunta no es cómo revertir la historia, sino como combatir la miseria humana en todas sus formas y como reconstruir su curso para lograr una distribución más equitativa y justa. Para ello se necesitan fuerzas nuevas para establecer y vigorizar un foro realmente global que se adecue a la era de la globalización. La búsqueda de un futuro mejor siempre ha de pasar por un presente diferente.
Sigue la ropa ahí
tendida desde la niñez.
Blancos al aire,
formas del cuerpo y del
Alma (todo es uno).
Sigue ahí la inocencia,
la pureza, el rumor
de ese secreto que nos acompaña
Y en el que está nuestro sentido.
Ropa tendida, ahí,
Ropa en el tiempo,
Nosotros,
hasta la muerte,
hasta el sentido nuestro.
Puerto, José Luis, Señales. IV
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