"En Salamanca era el momento de hacer la vida en Paradores y pellizcar el culo de las 'jais' en un probador de la calle Velázquez"
La hierba ya cuajada de invierno, quemada de frío, se niega a despegarse de las cicatrices de sus botas, que siguen pisando por el pasado. Cada vez que lo intenta, sus uñas recuerdan cuando cada brizna tenía sabor salvaje, a campo, a tienta, rocío y mierda de toro. Hoy, sólo saben a parque y orín de perro. Cada día se peina con avaricia y se viste despaciosamente, un mismo traje que camufla con un pin del botón charro, o así, como constelado de medallas y alamares falsos. Antes, sobre esa silla, dormía su último traje de luces, hasta que lo empeñó donde Florines para pagarse la sopa de asilo y el último tabaco negro que le perfuma la solapa.
No recuerda cuando comenzó este invierno, sólo sabe que la última vez que sintió calor, coincidió con el timbre del teléfono: llamaban para torear de peón en una portátil con un crío de manos pequeñas y cartera grande. Aquel fue su último agosto, y dijo que no. Antes el teléfono gritaba por novilladas en Sevilla, chilló por la alternativa en Madrid, y poco a poco fue callando. Entonces empezó este invierno. Ahora gasta la mañana en paseos, y la gastará así mientras sea gratis. Cuando pasa por la Plaza Mayor rodea el Museo Taurino.
Como todos los toreros viejos y olvidados, tiene el miedo de encontrarse allí consigo mismo. O se es vanguardia, o se es museo. Al andar, garabatea figuras sobre la acera, como hizo un día sobre el albero de Las Ventas. Da igual. Ambas huellas ya se han borrado. En aquella barra (a él todas le parecían la misma) había bebido un mar de vino y lo había pagado altamente, como pagan los toreros. Hoy, se le olvidó de nuevo la cartera, y el chato se lo subvenciona un peatonal con memoria y cien pesetas, o lo que coño sea eso en euros.
Antes abrigaba el invierno en esas fincas de carretera regadas del sudor de los que la trabajan y el semen de los que la disfrutan. Cerrado el esportón, tentaba novillos y novicias. En Salamanca era el momento de hacer la vida en Paradores y pellizcar el culo de las 'jais' en un probador de la calle Velázquez. Tiempo de amor de chimenea , cenizas del sexo, y barra libre en tus caderas. Luego, a la primavera la despertaba el teléfono, hasta que las empresas y la Telefónica le cortaron la linea.
Todavía hoy, a eso de las ocho, se acuesta junto al teléfono y, mientras oye que está dormido, la almohada le da dentelladas de pluma y silencio. Parece que este invierno va a ser muy frío. No recuerda cuando comenzó, pero dura ya doce meses, doce años, doce siglos...