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La puerta falsa
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La puerta falsa

Actualizado 07/09/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

El avión se posa en la ondulada planicie de Rionegro, tejida de cien verdes inverosímiles, después de un viaje transatlántico. Tiene la satisfacción de traer un medicamento delicado para un buen amigo que está desesperado por encontrarlo, pero lo ha guardado en una nevera en la parte posterior del avión. Así no le queda más remedio que esperar la salida de todo el pasaje para ir hacia atrás a recoger esta preciada encomienda. Sale el último ya con todo y duda un poco al ver una rampa hacia arriba y otra hacia abajo. Pero enseguida decide seguir al último grupo que desembarcó hacia arriba y se encuentra con que está en la sala de espera de un vuelo interno. Está claro que no ese no es el lugar que andaba buscando. No se ve control de inmigración ninguno, y decide preguntar. En realidad prevé los problemas que se pueden presentar por entrar al país por donde no debe. Por eso pregunta a una empleada de limpieza y le dice que los policías están unas decenas de metros más allá, yendo hacia la izquierda. Usted sigue pulcramente las indicaciones, avanza y al mismo tiempo refuerza su idea de que no, no es por ahí. Pero en ese punto no le quedan muchas más opciones que seguir. Y se encuentra por fin con el control que buscaba. Bueno, con el que buscaba no. Con el de salida del país, al que acomete por la retaguardia, porque como bien piensa: todavía no ha entrado, por lo menos oficialmente. Le comenta al policía de turno que usted lo que quiere es ingresar con total cumplimiento de la legalidad, pero que no encuentra la manera. Con media sonrisa, el joven que le escucha, asiente, le toma el pasaporte y le pide que le acompañe. ¿Es por aquí que ha subido? Pregunta señalando una escalera a media luz. Pues no, por ese pasillo de allá. Ah, bueno. Pues venga conmigo por este otro lado y así hasta que por recónditos escondites llega a donde debería haber estado hace un cuarto de hora para que le sellaran el pasaporte.

Es muy pronto. Ni siquiera ha amanecido. Usted ha pasado la noche en el avión y desde que se encendieron los motores, ni si se ha molestado en ver siquiera qué películas había disponibles, ni se ha enterado de la cena que se supone ha sido repartida entre todos los viajeros. Mejor, entre todos los viajeros menos usted. Le ha tocado despertarse, porque ha llegado al lindo paisito austral, y tiene varias horas para el enlace que le llevará al norte. Está por tanto en tránsito en este aeropuerto, enfrente de la cordillera nevada. Baja con calma, porque aún no tiene prisa. Entre la multitud que acaba de llegar al mismo tiempo ve dos letreros contradictorios aunque con el mismo contenido: ambos señalan la dirección hacia "tránsitos", uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Duda, va unos metros adelante, otros tantos hacia atrás. Observa una fila enorme, y decide que mientras lo piensa, va a ir poniéndose para hacer turno. Con paciencia va dándose cuenta de que es un control de seguridad y se prepara para que ni le pite el reloj, ni el cinturón ni una moneda de unos mil pesos que le ha quedado. Pasa con resignación por donde está el escáner y ya se siente libre y dispuesto a enfrentarse con las correspondientes identificaciones de la policía de fronteras. Pero no la ve. Ha llegado al sitio de salidas internacionales. Tiene variadas opciones: Buenos Aires, Nueva York, Londres, etc., etc. Pero usted quiere entrar al paisito lindo y acogedor, pero no encuentra por donde. Después de ir para un lado para otro, y de ver sólo tiendas y puertas de embarque variadas, asume que no va por buen camino y que no le queda otra que deshacer lo andado. Ve que hay un ascensor, baja por él y le cuenta al de seguridad que se ha equivocado. Sin sorprenderse le indica que vuelva para atrás y tome el pasillo de la derecha. Allí finalmente encuentra la fila lenta de inmigración que le permite entrar como corresponde..

Cuando ya ha cambiado de sala, y está esperando el vuelo interno que le llevará a destino, toma un café y paga con sus pesos relucientes, ve por televisión como en una orilla lejana un niño al que no preocupaban en absoluto los controles de inmigración yace boca abajo, inerte y muerto.

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