Amantes de su pueblo con fundamento, pocos, como mi amigo Ángel. Según te cuenta, parece un hombre de época, que se crió en el siglo XV y XVI, y no es capaz de desprenderse de esa pátina histórica y monumental. La pringó de chico en sus correrías por esas calles empedradas, donde cada piedra es una huella de historia dibujada, lo mismo que en cada rincón, que en cada blasón carcomido de sus viviendas viejas, que han servido de modelo urbano para perpetuar el diseño morisco que la define y la caracteriza.
Hay días, pasadas las fiestas, en que no sabes qué hacer. Ángel quedó conmigo el viernes a las diez. Peñaranda estaba en fiestas, y los barrenderos se afanaban limpiando los berretes de tanta consumición. La carretera me era muy familiar, pues la troché varias veces en aquellos años de estreno profesional por los pueblos del verdejo. Al llegar a Madrigal de las Altas Torres, nuestro destino, Ángel metió el coche por un atajo, que conduce a las ruinas del convento de los padres agustinos. Conserva su fachada de 125 metros y los dos torreones de los extremos, fabricados de ladrillo y mampostería en 1353, y en el que falleció fray Luis de León, el 23 de agosto de 1591.
Conserva, con firmeza, su claustro de estilo herreriano, cuya piedra rompe la armonía del mudéjar.
Madrigal, pueblo de realengo, sobre una plataforma dorada de mieses, sin defensa natural. Para protegerla del enemigo, se le dotó de una cerca construida con muros de cal y canto encintados con ladrillos, y rodeada de una cava o foso, con más de ochenta torres cuadradas y cuatro puertas, que daban acceso a los viajeros procedentes de las villas de Medina del Campo, Peñaranda, Cantalapiedra y Arévalo; se conservan, en la actualidad, las tres primeras; de su muralla, aún se conserva un largo tramo erosionado y desdentado, y, a su sombra, se han construido una hilera de viviendas, que me trajeron a la mente el entuerto de Lanzarote. Y esta cerca, casi circular, cobijó casas, huertas y el canal enterrado en un muro de ladrillo y mampostería, que acercaba el agua de un manantial cercano a la población. Su origen se data en el siglo XIII.
Y nos acercamos al palacio de Juan II de Castilla. La visita guiada dura una hora y el horario de visitas 9:30; 10:30 y 11:30. La entrada vale 4 euros. Nos recibieron, en el último turno, dos madres, que conocían a Ángel, porque, de pequeño, se pasaba por el termo a buscar leche, que servían las monjas de su lechería. Una de ellas nos hizo de cicerone. "Estaba al plato y a las tajas": hablaba de carrerilla y vigilaba. de soslayo, cámaras y vídeos. Conocía, al dedillo, todos los recovecos del monasterio. Cuenta la historia que la esposa de Alfonso XI, doña María de Portugal, dejó, en testamento, este palacio a su hijo Pedro I el Cruel, que visitaba a menudo. Posteriormente Juan II lo recibió, en herencia, de su madre, doña Catalina Lancaster, esposa de Enrique III. Juan lo usará como palacio de descanso, pasando aquí grandes temporadas. La corte lo siguió y este es el motivo de que abunden las casas nobles con sus escudos. Juan II amplió el palacio y mandó construir el claustro, alrededor del cual se instala la familia real y la corte. Por dos veces se celebraron Cortes del Reino; y aquí se casó, en segundas nupcias, con doña Isabel de Portugal, con la que tendría a Isabel de Castilla el 22 de abril de 1451. Aquí vivió la reina su infancia. Una vez heredado el trono y casada con Fernando de Aragón, Madrigal volvió a ser sede de Cortes Generales en 1476, en las que la Reina instituyó la Santa Hermandad, que limpió los caminos de maleantes y díscolos. Carlos I, en 1525, se lo domó a las madres agustinas, que lo siguen regentando hasta hoy. Entre los retratos, figura el de san Juan de Sahagún, y la madre nos contó su intervención en la pacificación de los bandos salmantinos, y la anécdota del toro "necio".
Sin embargo, en lo que me recreé, fue en los dos ábsides semicirculares mudéjares, datados en el siglo XIII, de la iglesia de san Nicolás de Bari, recubiertos de arcos ciegos superpuestos y friso en esquinilla. Ya dentro del templo, me sorprendió su artesonado mudéjar, sin dorar, y recientemente restaurado., el coro bajo con sillería mudéjar, el retablo mayor barroco y, en la capilla mayor, dos bellos sepulcros de alabastro renacentistas con yacentes del siglo XVI; y la pila bautismal donde fue bautizada Isabel la Católica. A sus pies, se eleva su esbelta torre, de casi 50 metros, parcelada en tres cuerpos y escasos vanos e impostas.
Y terminamos la jornada cultural, con la visita al Hospital real, fundado por María de Aragón, primera esposa de Juan II, para albergue de peregrinos y de pobres y enfermos locales. Abrió sus puertas en 1443 y ha cumplido con su función hasta 1943. Sigue la trama de hospital ideada en el siglo XV, organizando sus dependencias en torno a un patio porticado central; adosado a él una pequeña iglesia, en este caso, dedicada al Cristo de las Injurias, representado en una bella escultura gótica. En su fachada principal, muestra un soportal blasonado y una galería renacentista con una interesante balaustrada con columnas de granito y capiteles. Enmarcado el conjunto en el gótico civil castellano con elementos renacentistas. Hoy, es un centro cultural, con distintos museos y talleres.
Ya de vuelta, mi amigo Ángel, todo gentileza, me invitó a tomar un verdejo en "Casa Lucio". De camino, mi mente se recreaba con tanta maravilla vieja.
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