Uno de estos días de verano tomando el autobús de Béjar a Salamanca, frecuento últimamente bastante la villa, me encuentro con un sacerdote amigo en las dársenas de la estación. Hablamos de nuestras madres, la suya recientemente fallecida y, en el contexto de la conversación surgió, no sé cómo, hablar del Purgatorio. Posiblemente fue el ruiseñor de la Fuente Honda, que todavía revolotea por los huertos a las afueras de la ciudad o junto a las ruinas de la ermita de Santa María de las Huertas, donde el filósofo iba a meditar. Allí donde Dios conserva una virginidad perpetua y por descorrer el velo de lo pasado y lo futuro por entre los misteriosos secretos de la historia. Espacio privilegiado donde don Nicomedes, sabio de Béjar, conversaba en la soledad del paseo, bien fuera en verano, o cuando las cumbres cubren sus primeras sienes blancas. Entre la arroyada de las aguas, no muy nítida, escuchaba la voz de un ruiseñor que le traía noticias de Jerusalén, no sin antes haber parado a tomar aire en los jardines de Academos en Atenas.
Pero volvamos al debate junto al amigo sacerdote, en el autobús de regreso, pensamos que el purgatorio fue un tema muy debatido en otros tiempos, en los llamados novísimos, ese "logos" de lo último o lo definitivo. Un límite donde no sólo se hace presente el extremo final, sino la realidad entera. Dentro de esas realidades últimas (de rebus novissimis), estaba el hablar de la muerte, el juicio individual, el purgatorio, el cielo, el infierno, el retorno de Cristo, resurrección de los muertos y juicio universal. Rápidamente nos vino a la mente los libros de Juan Luis Ruiz de la Peña, que posiblemente fue profesor suyo y que ha sido uno de los grandes teólogos de nuestro país. Decir que el propio Ruiz de la Peña se cuestionaba si el purgatorio era realmente un tema de la escatología o más bien de la Gracia, ya que partiendo de la misericordia, ya por muy severo que sea el juicio, Dios no quiere la aniquilación del hombre, sino ofrece su amor y su vida para su salvación.
Es su obra Creación, gracia y salvación, afirma que Dios ama al hombre; ese amor está al comienzo, Dios crea por amor; y también está al final de la existencia, Dios plenifica a su criatura por amor y; en trayecto entre el comienzo y al final de cada existencia humana, el amor de Dios siempre permanece. "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues, aunque llegase a olvidarlo, yo no te olvidaré... Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, pero mi amor no se apartará de tu lado" (Is 49,15; 54,10). En otro extremo está la incomprensible ceguera del individuo, los egoísmos, la insensatez, el sinsentido, el alejamiento de Dios y de los otros, la propia finitud de la existencia, la limitación de la muerte. Entre esos dos extremos está el hombre, a medio trayecto, aprendiendo amar, a ser, a superar las limitaciones de la finitud y de los egoísmos y a buscar un sentido pleno a su propia existencia.
El Purgatorio o el estadio intermedio, forma parte de la fe y la esperanza en la purificación, es decir en la búsqueda de lo que me falta para ser el que debo ser. Ésta hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, donde en el trasfondo de la letra se percibe que muy severo que sea el juicio de Dios, el objetivo no es la aniquilación y la condenación, sino la purificación y la salvación del hombre. Tradicionalmente esta realidad se entendió que entre la muerte del individuo y la consumación escatología, existiría un "intermedio", que sería una realidad o una dimensión espacio - temporal, donde se produciría una transformación de los difuntos, de tipo cualitativo. Pero aquí nos surgen las preguntas, ya que si con la muerte termina la existencia humana en cuanto capacidad de decisión ¿no sería este estado intermedio prolongar nuestra peregrinación que terminaría con la muerte? ¿Dónde quedaría la muerte?
Además de las preguntas, nos surgen dos problemas, el primero son las imágenes del purgatorio que se dieron a lo largo de la historia, como un lugar de castigo y tortura, casi como un campo de concentración cósmico donde las criaturas se lamentan, gritan su castigo y donde se consumaba la venganza de Dios. Parece esto muy alejado de ese Dios compasivo y misericordioso que nos ama desde el origen hasta la consumación de los tiempos. El segundo problema, posiblemente irresoluble, es si la resurrección comienza con la muerte, o existe un estado intermedio, donde habría una intensa actividad anímica y espiritual, hasta que se alcanza la resurrección de toda la carne.
A esto tenemos que añadir la falta de referencias bíblicas en el Antiguo Testamento del purgatorio o del estadio intermedio. También, que ha sido un tema de fricción y controversias entre católicos y protestantes. La búsqueda de la fundamentación bíblica hay que entenderla en la controversia de negar el purgatorio por Lutero en el siglo XVI. Ahí estaban textos como Mt 12,32; el paralelo de Lc 12, 10. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro. Uno de los pasajes clásicos en torno al tema es 2 Mac 12,40-46, es la colecta de Judas Macabeo por los muertos en la batalla contra Gorgias, lo presentará como un sacrificio por el pecado de idolatría. Otro texto es 1 Cor 3,10-17, en el que se habla del día del fuego, un pasaje alegórico, donde las imágenes son apocalípticas del Juicio final. Sin embargo, en otros textos de Pablo, nos habla de un camino de perfección, que él mismo persigue, como Flp 3, 12 ? 16, también en Ef. 4, 13. La mayoría de los expertos en el tema, creen que estos textos, no fundamentan el purgatorio. Aunque sí, la oración por los difuntos.
Parece que el dogma se remonta a oraciones privadas que desde el siglo II, se venían haciendo a los difuntos en cementerios y catacumbas cristianas. La referencia más conocida es el célebre epitafio de Abercio, al final del cual se lee: "quien comprende y está de acuerdo con estas cosas, niegue por Abercio". Estas oraciones a los difuntos son avaladas por Tertuliano, San Efrén, San Cirilo, etc. Eran una práctica común la oración de los difuntos en la eucaristía, tanto en las iglesias occidentales como orientales. Con san Cipriano, y en un momento de persecución se imponían penitencias, que se suponían proporcionadas a la culpa. Hasta que no se cumpla la penitencia, se mantenía la exclusión, aunque muchos se arrepentían sin haberse purificado en un momento de persecución. Por lo tanto, los que no logren purificarse antes de la muerte o por el martirio, habrá un fuego purificador después. Así estas referencias al purgatorio, se harán cada vez más frecuente, sobre todo en la obra de San Agustín. En la Edad Media, se irán acentuando las referencias al Purgatorio que culminarán en el Concilio de Trento. Documentos de la Iglesia actuales, nos hablan del purgatorio, dándoles un sentido más actual y no tan trágico, como el capítulo 7 de la Lumen Gentium, en el Concilio Vaticano II, el Catecismo del pueblo de Dios de Pablo VI, una nota de 1979 de la Congregación para la Doctrina de la fe "Recentiores Episcoporum Sinody", la Comisión Teológica Internacional en 1990, el Catecismo de la Iglesia Católica, y por último, citar la encíclica de Benedicto XVI Spe Salvi.
Pero contestando de una forma más personal, quisiéramos decir algunas cosas. Parece claro en todas estas citas actuales, que hay un encuentro amoroso con Dios, Dios mismo es el lugar después de la vida. Ir al Padre, como Jesús. En él caemos en la cuenta de nuestras miserias, y de todo lo que hemos realizado, pero después de realizada esa purificación. No es una pena impuesta, es el dolor de ver el mal que hemos realizado. Después que Dios nos restaure en nuestra dignidad, como hijos que estábamos perdidos, como un padre o una madre, nos pone a la mesa de fiesta. El proceso de maduración y purificación comienza en la vida terrenal, en la conversión y en la mirada hacemos a Jesús, su mensaje y su camino. Pero en esta vida no podemos hacerlo solos, lo hemos intentado, pero necesitamos ayuda. Aquí entra el apoyo de Dios, que nos llevará en brazos, pero incluso necesitamos más, una nueva creación. Nos creará y nos recreará de nuevo. ¿Cuánto dura? ¿Hay una época que sólo somos alma? Es difícil saberlo, es una puerta cerrada que sólo Dios sabe. La muerte es la puerta con la que se sale del tiempo y de la historia y se camina hacia Dios. Parece más razonable, al menos para mí, que no hay tiempo. Que es un encuentro purificante, donde el alma no se desliga del cuerpo. Dios nos resucita de nuestras debilidades y miserias. No sabemos cómo ayudan las oraciones de los vivos, pero parece que Dios se sirve de las buenas obras de los vivientes, en la comunión de los santos y así ayudar a los difuntos. El purgatorio parece una mirada de misericordia, como Jesús miraba a los pobres y necesitados, llenos de jirones y heridas, como nosotros. De todo esto se deduce, que no es un castigo, es un encuentro. No es la condenación, es la salvación. Es la vida eterna, hemos llegados cansados y fatigados, llenos de aristas, pero nos han recibido y nos han curado, nos han sentado a la mesa, donde se celebra la alegría y la paz. En este encuentro con el resucitado, veré claro quién soy, nos veremos completamente en lo bueno y en las pequeñeces y maldades. La crisis, el crisol o el juicio es su mirada, no inquisidora, sino de amor. Aquí nos acompañarán otros, con los que caminamos a la casa del padre. Entonces seré el que debí ser y no pude o no supe. Allí el Alfarero moldeará de nuevo, tapando las fatigas y heridas de la vida.
En una noche escura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
(?)
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
(?)
¡Oh noche, que guiaste;
oh noche amable más que el alborada;
oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada, con el Amado transformada!
(?)
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
San Juan de la Cruz, "Noche oscura del alma"
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