Vacaciones ante el Tormes

Tejares, el Tormes, lo verde dentro y fuera de mi mirada: un connubio que hoy ya trasvasa las dos décadas Este el territorio que en Iberia me pertenece las veinticuatro horas.

Y es que la riqueza también se mide por el horizonte que a diario te pertenece, bien porque lo tienes entrañado en lo más profundo de la memoria visual, bien porque sabes abastecerte de esencialidades: aquel que no necesita alejarse mucho para sentirse realizado, como culminando un viaje alrededor de sí mismo y de los suyos más queridos.

Escribo lo que miro; escribo lo que siento; escribo desde el hoy recordando el ayer del verano de 1984, cuando entraba al salón de un piso que pensaba comprar (porque los precios del barrio de Tejares eran casi de lo más barato de Salamanca; y porque era lo que Jacqueline y yo podíamos asumir sin depender de nadie, sin reclamar a nadie). Bastó acercarme a la ventana de la sala, ver ese brazo del Tormes que acarreaba aguas para mover el molino donde 'nació' el Lazarillo; ver esa isla frondosa llena de pájaros? y decidirme a comprar el hogar donde semanas después, un 13 de agosto de 1984, nacería nuestro unigénito José Alfredo.

Uno, cuya patria primera es la infancia en la Amazonía peruana (similar circunstancia existencial sucede con mi esposa, aunque ella en la Amazonía boliviana), nunca puede desdeñar el verde, los árboles, las corrientes de agua, los ríos que siempre desembocarán en el Amazonas. Por ello, tras vivir en pisos de alquiler en el mismo centro de Salamanca y luego en Santa Marta, era imposible no comprar el modesto pisito cuyos ventanales ofrecían (y ofrecen) tan deleitoso paisaje.

Y aquí estoy, este verano vacacionando plácidamente en mi propio hogar, disfrutando del frescor que ofrenda el río, mientras otros congéneres se calcinan en el centro de la ciudad o en las playas donde practican su descanso. No sé, no sé, pero es bueno que cada quien pueda elegir lo que le complace y lo que puede solventar sin necesidad de estar impostando. En mi caso, salvo cuando tenía que cruzar el océano para ver a mis padres, hermanos y demás parientes, lo cierto es que poco he salido de mi pequeño piso de Tejares, pues sé que aquí el descanso está asegurado, pues siempre me asegura noches frescas aun en el más tórrido verano. La playa nunca me ha gustado (hace un par de años, ante el cordial ofrecimiento de un buen amigo, me acerqué hasta Almería. Para abreviar: en una semana no puse ni el pie en el mar ni en la arena...).

En Tejares, ante el Tormes, las vacaciones se tornan un gozo esencial: hay tiempo para la siesta, para escribir lo propio y traducir lo ajeno, para comentar obras de amigos de aquende y allende, para ver películas que merecen verse con sosiego, para leer a Jeremías y sus profecías sobre el destierro a Babilonia, para ver las bandadas de aves que pasan y pasan sobre el río, como si fuera su autopista particular, para ultimar la antología que vengo preparando sobre León Felipe, para hablar con mi madre que está en mi selva primera, añorando a su amado esposo, mi padre, fallecido hace ocho meses?

No es conmigo el desconectar del todo, pues conozco a muchos que practican esta recomendación y que, tras la vuelta, no pasa ni un mes para que manifiesten sus cansancios, sus agobios?

Este verano es, qué duda cabe, uno de los más me han servido para viajar alrededor de mí mismo, para compenetrarme más y mejor con mi esposa y mi hijo, para constatar que lo elemental enriquece porque orbita en el interior, tapona los vacíos y te hace comprender que lo epidérmico muchas veces es sinónimo de impostación.

Tejares, el Tormes, lo verde dentro y fuera de mí.