Después de las vacaciones con la familia llegamos a la Casa Escuela Santiago Uno. Hacemos quince días a tiempo completo con los chicos de protección e infractores, vivimos con ellos e intentamos hacer las actividades que se supone que funcionan con nuestros hijos y que hacemos cuando vamos como misioneros a Marruecos. Tres horas de trabajo por la mañana en jardinería, pintura, cocina, etc. Por la tarde estudio, deporte, piscina, circo, montar a caballo, viajes y cine. Algunas veces compartimos todo esto con nuestros propios hijos.
Compartir este voluntariado nos ha llevado en veinticinco años a que algún hijo de la casa quiera cobrar ese voluntariado como horas extraordinarias. Lo hablamos con sindicalistas y con varios abogados, considero que tenemos libertad para dedicar nuestro tiempo a los que en muchas ocasiones se han sentido abandonados o han perdido el rumbo por diferentes motivos aunque siguen siendo personas y sobretodo niños.
Yo espero que sea una decisión egoísta que me haga mejor padre.
Hoy cuando los he reunido en asamblea para que me dijeran qué estaban aprendiendo y cuáles eran sus objetivos para esta quincena, me asustaban más los que tenían grandes expectativas que los que aparentemente pasaban de todo.
Sigo creyendo que los mayores se pueden responsabilizar de los pequeños, que eso nos hace cómplices a todos y les enseña a irse ganando las cosas.
Imaginaros quien lo quiera contar como una jornada de trabajo ininterrumpida durante quince días de sus vacaciones. Evidentemente no está en contrato y la hace quien quiere aunque curiosamente lo hace toda la comunidad educativa. Esto lleva pasando más de veinte años y creo que es significativo. Con sólo vocación de educadores decidimos mucho más que un diezmo, con sólo vocación de educadores y sin necesidad de celibato. Pero seguramente en algunas teóricas conciencias de clase seremos patrones explotadores. Estos alumbrados que hablan de lo social, me gustaría saber cuánto de su privilegiada cultura de alta cuna comparte gratis con los más desfavorecidos.
Estos luchadores de lo global sin entrega a lo personal para mí no son de fiar, hablan por los pobres desde su situación de privilegio y les quitan hasta la escuela. Quieren garantizar salarios a cambio de nada y pensiones a jóvenes capaces para controlar una opinión pública que quiere acomodarse.
Estar al lado de los desheredados supone aceptar insultos y amenazas, supone fracasar una y otra vez, hay que tener una Fé inquebrantable. Mezclarse con los que son mayoría en el planeta Tierra implica vivir más, profundizar en nosotros mismos y sorprenderse continuamente.
Qué pena que algunos cambien vida plena por manifiestos, qué pena reducir la vida a dinero y derechos propios frente los ajenos, qué pena de generalidades sin humanidad, qué pena la solidaridad teórica, qué pena los escrupulosos de las palabras fuertes que se pierden las grandes hazañas. Nos educamos para la vida y nuestro nirvana es el aumento de oportunidades de una dignidad que no se compra con mentiras.
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