El pasado martes me desplace a la Sierra de Gata: recorrí la zona afectada por el incendio forestal que se inició el día 9 de Agosto. Las brigadas de extinción, todavía sobre el terreno, apagaban pequeños focos que aún ardían. Fue desolador contemplar el paisaje. La vida sobre los montes había desaparecido.
Quería conocer sobre el terreno los efectos de la tragedia y, con este fin, visité los pueblos de, Acebo, Hoyos y Perales del Puerto. Los daños en el casco urbano de las respectivas localidades eran mínimos, pero sus alrededores, fueron pasto de las llamas. Las montañas mostraban un aspecto deprimente. Pinos erguidos, teñidos de negro, permanecían clavados sobre la tierra que les dio la vida. Como fantasmas, mostraban sus troncos ennegrecidos por las llamas.
Algunos agricultores y ganaderos lo habían perdido todo. Ardieron colmenas y ganados, sin que nadie pudiera librarlos de las llamas. Impotentes ante la tragedia, sintieron como, también, ardía su esperanza.
Mientras miraba el horizonte, a través del visor de mi cámara, una de las personas afectadas, se acercó y contempló conmigo los destrozos en la montaña. Su rostro, como el valle, mostraba un aspecto desolador. Dolor e indignación se hicieron patentes cuando inició la conversación.
Como buen cazador, conocía el lugar a la perfección. A menudo recorría esos montes, sembrados ahora de muerte y destrucción. Incluso me comentó que, en ese mismo lugar, invernaban las colmenas. Se contaban por miles las que los apicultores trasladaban hasta la hondonada para pasar el invierno. Ese traslado, como es natural, aún no se había realizado, ni se hará en el futuro. También me refirió que, un habitante del lugar, había invertido parte de su capital en plantones que el fuego había devorado.
Pero también pude ver una pequeña parcela que, milagrosamente, se había salvado de las llamas. Como si de un oasis en medio de la destrucción se tratara, lucían su verde las parras, cargadas con el fruto de la vid. A poca distancia, todo estaba calcinado.
Desde estas líneas hago una llamada a la responsabilidad. Cuando un monte se quema, arden los proyectos de futuro. La flora y la fauna que dan vida a los bosques, desaparece. Y, la ceniza, con las primeras lluvias, resbalará por la montaña contaminando los acuíferos, que no tardarán en secarse. La consecuencia más directa se llama desertización.
Unas veces por negligencias, otras, de forma intencionada, se hace un daño incalculable al medio natural. Por eso, la justicia debe actuar de forma rápida y contundente; más aún, en aquellos que queman el monte de forma premeditada. Se trata de asesinatos en primer grado, con todos los agravantes posibles porque, ese monte, cubierto ahora de ceniza, antes de arder, estaba repleto de vida.
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