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Contar con los caminos
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Contar con los caminos

Actualizado 15/08/2015

? todo caminar es irreproducible, como lo es todo poema. Incluso si caminas exactamente la misma ruta a diario ?como con un soneto?, los acontecimientos a través de la ruta no pueden ser imaginablemente los mismos de un día a otro. [?] Si un poema es nuevo cada vez, entonces es necesariamente un acto de descubrimiento, una oportunidad aprovechada, una oportunidad que puede llevar a la realización o al desastre.

A. R. Ammons

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Dibujo de Leonardo da Vinci

El otro día hablaba con unos amigos sobre un aspecto referido al hecho de caminar que siempre me había sorprendido, sobre todo, cuando salía a colación en las conversaciones la experiencia del Camino de Santiago u otras rutas programadas, más o menos largas. Me refiero a la constatación o no de que en ciertos momentos la acción de andar establecía una mecánica donde uno conseguía dejar la mente en blanco y sólo se sentía el cuerpo avanzando.

Eso nos llevó a matizar los diferentes significados que entrañan palabras de la misma familia andariega, como son andar, pasear, caminar?, y algunos símiles derivados: vagar, deambular, transitar. Parecía quedar medianamente claro que para conseguir ese estado consciencia corporal se debía andar caminando, mientras que pasear permitíal dar alas al pensamiento, aunque en ninguno de los dos casos era descartable que coincidieran las dos circunstancias.

La conversación venía provocada por las marchas o paseos que el tiempo de estío y vacacional propiciaban, aunque, abusando de su atención y antes de entrar en materia, me pregunto con ustedes dónde está escrito que otras estaciones, acompañadas de sus características atmosféricas propias no llamen también a buscar trochas o calles para moverse de fuera hacia dentro.

Pero yo he venido a hablar de lecturas, y la primera que les propongo, que ya conocerán algunos porque hice referencia a ella en un artículo anterior sobre los caminos externos e interiores, es Elogio del caminar, del sociólogo y antropólogo francés David Le Breton. El libro, organizado en capítulos tan sugerentes como: El primer paso, El cuerpo o la Apertura al mundo, cita, para dialogar con ellos, a diferentes autores, como Régis Debray que refiriéndose a esas primeras pisadas escribe: La cultura de ir al paso apacigua el tormento de lo efímero. Desde el momento en que cogemos la mochila y nuestra bota pisa los guijarros del camino, la mente pierde el interés por los últimos acontecimientos. Cuando hago treinta kilómetros al día, a pie, cuento mi tiempo por años; cuando hago tres mil, en avión, cuento mi vida en horas.

Frédéric Gros, filósofo, y al igual que su compatriota Le Breton, muy competente en la materia por ser también un gran caminante, publicó entre nosotros, hace tan sólo un año, el título Andar, una filosofía, texto que venía precedido de un gran éxito de lecturas en el país galo, y en el que cabría destacar de sus más que subyugantes páginas, su tesis de que caminar puede enseñarnos a "desobedecer": Caminar acaba por despertar en nosotros [Img #385579]esa parte rebelde, arcaica: nuestros apetitos se vuelven toscos e intransigentes, nuestros ímpetus, inspirados. Porque caminar nos coloca en la vertical del eje de la vida: el torrente que nace justo debajo de nosotros nos arrastra. No en vano el autor es también especialista en la obra de Michel Foucault.

Andamos para reinventarnos, para darnos otras identidades, otras posibilidades. Sobre todo, nuestro rol social. En la vida cotidiana uno está asociado a una función, una profesión, un discurso, una postura. Andar es un decapado de todo eso. Al final, caminar no es más que una relación entre un cuerpo, un paisaje y un sendero, comentaba en una entrevista periodística.

Mi tercer comentario dirige sus pasos hacia una obra que parece querer enfocar el hecho de caminar más allá de lo sabenis como un gesto cotidiano, además de generador de actividad creativa, para planteárselo también como una acción reivindicativa frente al estado de cosas que estamos viviendo.

Wanderlust (ganas de vagar), subtitulado como Una historia del caminar, obra de la ensayista estadounidense Rebecca Solnit, es un texto que habla de muchas cosas, deambula con orden y enjundia por diferentes historias, llevando a cabo una reflexión política y narrativa, a partir de un examen de la vida peatonal en espacios rurales y urbanos, partiendo, para ello, de un sustrato bibliográfico, diverso y profuso, que explica en cierta manera el título del ensayo.

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Por espigar alguno de sus aciertos, destacaría el capítulo dedicado al origen histórico de las cintas de andar o correr, que titula con habilidad irónica Sísifo aeróbico; escribe: Que el trabajo físico, real o simulado, sea aburrido y repetitivo es una cosa, pero que la multifacética experiencia de moverse a través del mundo lo sea es algo muy distinto. [?] Recuerdo varias tardes haber paseado frente a los muchos gimnasios de paredes de cristal situados en los entresuelos de los edificios de Manhattan, con filas de cintas de andar cuyos usuarios miraban como si estuvieran a punto de saltar, rompiendo el cristal, hacia su destrucción, salvados solo por el armatoste de Sísifo evitando que se movieran de su lugar, si bien no debían de ver el abismo ante ellos, solo su propio reflejo en los cristales. Curioso ese final de frase hablando de abismo y reflejo?

Y también, un último y curioso detalle, la abundancia de citas, resultado de la bipedación humana, que van caminando textualmente el libro, cruzando de la página izquierda a la derecha por un pequeño sendero pespunteado por el editor; la que encabeza este texto pertenece a esta vereda de palabras.

Como el camino puede ser largo por intenso (si así lo queremos), me permito acercarles otras tres referencias; la primera es de un andariego impenitente y pensante contumaz, que falleció en un absurdo accidente de coche, se trata de Los anillos de Saturno, de W. G. Sebald. Las dos restantes son referencias de la tierra, El dilema de Proust o El paseo de los sabios, donde Javier Mina, su autor, nos invita a pasear de la mano y las citas de egregios andarines de todos los tiempos, y Raúl Guerra Garrido, que sería el último (no es caso seguir citando), con su Castilla en canal, invitándonos a seguir la ruta de esta inconclusa y quimérica obra de la ingeniería que quiso dar mar a estas tierras de secano.

No me olvido que prometí en estas fechas veraniegas hablar también de música y cine; aquí van algunas imágenes que poseen movimiento propio (con los 4 primeros minutos creo que les resultará suficiente), de una maravillosa y recomendable película: Una historia verdadera, de David Lynch, que nos relata el camino y sus encuentros de un anciano y sus piernas motorizadas, y se acompaña de una sutil pero intensa banda sonora a cargo de Angelo Badalamenti.

Fértil y provechoso pasar.

Rafael Muñoz

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