MACOTERA | Tradiciones y sentimientos a partes iguales durante su semana grande
La voz del mensajero cruza caminos y plazas. La gente se asoma a la puerta a ver qué pasa. Sólo pueden observar como la silueta de un caballo se estiliza a medida que avanza y se pierde en la oscuridad del bosque. En la raya, esperan inquietos cuatro jinetes sobre cuatro alazanes rabicortos, bien engalanados y lustrosos. Les acompaña un cortejo de a pie, ataviado con calzón, blusa y chaquetilla, y bien tocado con sombrero puntiagudo de fieltro negro. Una nube de polvo anuncia la cercanía de la comitiva, que acompaña al Santo, que, sobre austera carroza, tirada por una yunta de bueyes, acude, parsimoniosa, a la cita anual que, desde tiempo inmemorial, se celebra en Macotera. La iglesia abarrotada y la autoridad esperan al agasajado benefactor. La voz, anunciadora de la llegada, es acallada por los registros solemnes del órgano y por el olor a incienso. El gentío, en pie, aplaude y vitorea al Peregrino, que avanza por el centro del tempo bien escoltado por la autoridad municipal y el jurado. Se hace un silencio profundo Ya, en el altar, el órgano desgrana las notas del "Te Deum", que estremecen muros y techumbre. Termina el ritual de recibo, y san Roque, con rostro serio, pero teñido de dulzura, toma asiento en un escaño de suelo y respaldo de cuero. El Santo nunca fue amigo de púrpuras ni de terciopelos ni agasajos nobles; lo suyo es la sencillez, la austeridad y la mesura.
Su perro se tiende a sus pies, y Roque extiende su mirada sobre la familia macoterana, que, expectante, no pestañea. De pronto, la voz del Santo, grave y paternalista, se posiciona:
"Macoteranos, os he reunido aquí en la víspera de mi onomástica para haceros unas justas y sinceras recomendaciones.
Quiero que, en estos días, os améis los unos a los otros; que vuestras diferencias, egoísmos y posibles rencores desaparezcan de vuestros corazones; que la armonía, la convivencia y el buen humor reinen en vuestros hogares, calles, plazas, peñas y en todos los rincones del pueblo; que sentéis al forastero a vuestra mesa y compartáis con él vuestra despensa y el caldo de vuestras bodegas; que la hospitalidad sea vuestra seña de identidad.
También os ruego que, en la procesión, dominéis vuestro impulso emocional. Sé que lo hacéis movidos por la honradez de buenos súbditos y por ser fieles a vuestras tradiciones, pero, tened presente que ya soy viejo y me llueven los achaques. El año pasado, estuvisteis a punto de quebrarme un brazo, y mi perro guardián me presentó también sus quejas.
No tengáis miedo a los novillos. He enviado un telegrama a los ganaderos, grandes devotos de mi persona, rogándoles que adviertan a los novillos muestren su caballerosidad y buenos modales con nuestros mozos y aficionados.
He escuchado estos días vuestra plegaria. He recogido y guardado, en mi zurrón, vuestras necesidades y problemas. Quiero aseveraros que intervendré ante el Altísimo, para que ilumine vuestros senderos y os ayude encontrar una fácil solución a todo.
Yo me retiro, pues vosotros debéis acudir a sembrar de alegría y de hospitalidad vuestra villa macoterana.
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