En otra entrada recomendábamos el libro Paciencia con Dios de Tomá? Halík, hoy quisiéramos recomendar otro gran libro. Escrito por Ernesto Sábato, no es reciente, pero sí tremendamente actual, su título es Antes del fin, donde el escritor argentino de forma autobiográfica repasa su propia existencia. El libro comienza por el fallecimiento de su hermano Ernesto y su madre decide ponerle su nombre, comenta el autor que fue un hecho que le marcó su existencia y turbó su vida, como si él hubiera venido al mundo a reemplazar a su hermano. El final del libro está dedicado a la gente joven, decía que tenía fe en ellos, siempre habrá utopías, puede haber crisis de ideologías, pero no de ideales.
El autor nos cuenta con sencillez, con su mirada de Ulises, todo lo acontecido en su vida, pasando por la infancia, la adolescencia, su fascinación por las matemáticas que abandonará para dedicarse a la literatura, sus coqueteos con el anarquismo y la izquierda revolucionaria y también su acercamiento al surrealismo. Comprometido desde su juventud con la justicia, enamorado de la belleza, obsesionado por la verdad y por el sentido de los hechos fundamentales de la existencia, el amor, el dolor y la muerte. Su obra no sólo es una confesión, es un auténtico testamento, tiene razón cuando dice que la persistencia de la esperanza es la muestra de que algo existe al otro lado del absurdo.
Los que están cerca o en el propio ateísmo comentan que Dios no existe, los agnósticos que Dios no habla, los creyentes que habla en todas las cosas, incluso en el silencio, que es más su propio lenguaje-. Muchos le escuchan en la belleza de la creación, otros en el lenguaje de las cifras, también los hay que en logos de las lejanas galaxias o de la propia vida, en el idioma de los números de la física cuántica, en la lenguaje inefable del amor, incluso muchos lo escuchan y lo sienten, en lo más desconcertante del dolor y el sin sentido. Dice Ernesto Sábato en la página 147 y siguientes, hablando de la muerte de su mujer y de su hijo se confiesa en el profundo dolor de la pérdida,?En la soledad de mi cuarto, abatido por la muerte de Jorge, me he preguntado que Dios parece esconderse detrás del sufrimiento.
El libro ayuda a encontrar un sentido de trascendencia, incluso de cercanía con Dios, en un mundo plagado de horrores, pero en el también podemos descubrir en esta obra de Sábato, la belleza de la naturaleza, la emoción del arte, la nobleza de tantos gestos humanos de amor, de vida, de fraternidad, de esperanza. El vacío de sentido que siempre oprimió a Sábato y a muchos de los hombres con los que convivimos, está relacionado con esta sociedad tecnificada y que deshumaniza y cosifica al hombre. Así lo veía el autor en otra de sus grandes obras, Hombres y engranajes, donde el capitalismo moderno y la ciencia positiva, son las dos caras de la misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual, sino el hombre- masa, ese extraño ser con aspecto todavía humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Este es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que revindicó su individualidad, que orgullosamente se levantó contra Dios, proclamando su voluntad de domino y transformación de las cosas. Ignoraba que el también llegaría a transformarse en cosa. Una mirada a nuestro mundo vemos esa deshumanización y cosificación de la existencia, en el cierre de fronteras, en el hambre en muchas zonas del planeta, en el terrorismo internacional, en los conflictos bélicos, en la explotación infantil, etc. Cuando escribo estas páginas y abriendo la portada de cualquier periódico veo como un niño palestino ha sido quemado vivo; un padre ha matado a sus hijas pequeñas; más muertes en pateras y barcos que no llegan a puerto buscando en un negro agosto de muertes; la frivolidad de un político americano aspirante a la Casa Blanca, que ha sido expulsado por sus comentarios misóginos; o abrir cualquier televisión y ver mujeres y hombres objeto para anunciar cualquier propuesta comercial, donde solo se puede ver de la persona un cuerpo erotizado o unos abdominales bien marcados.
Más allá del vacío y cuando despertamos a nuestra realidad cotidiana, Sábato nos descubre en la muerte de su mujer Matilde un amor profundo. Nos comenta que postrada durante largos años y enferma, en sus años finales, desolada por la enfermedad es cuando más profundamente la quise. La muerte también de su hijo, despierta en él de una forma acuciante la pregunta por Dios. Un Dios cuya existencia o cuya bondad son salpicados por el propio dolor, ¿Cómo mantener la fe, cómo no dudar cuando se muere un chiquillo de hambre, o en medio de grandes dolores, de leucemia o meningitis, o cuando un jubilado se ahorca porque está solo, viejo, hambriento y sin nadie? Pero a la vez que se hace estas preguntas, que posiblemente nos hemos realizado todos, es la postura de quien no quiere engañarse a sí mismo, es la actitud de buscar la luz para su vida y no dar la espalda a lo fundamental que ayudará a buscar la verdad en sí mismo, "Tú amas la verdad en lo íntimo del ser" (Sal. 50, 8). Dios es ardientemente deseado y la garantía de una realidad mejor, de inmortalidad, de un Padre compasivo y amoroso. Nos dice Sábato, no buscaba a Dios como una afirmación o una negación, sino como a una persona que me salvara, que me llevara de la mano como a un niño que sufre.
En una entrevista comentaba que el corazón del hombre es el que acusa los grandes misterios, el amor, la amistad, el bien, el mal, y esa soledad en la que finalmente todos nos encontramos. Si hay alguna apertura posible, ésta se encuentra en nuestra propia alma, donde percibimos la condición trágica de nuestra existencia, como nos enseñaba nuestro vecino y querido Unamuno. Sábato, habla de un Dios en cuya fe no se ha podido mantener del todo, de un Dios entre la niebla de la existencia, al final del libro comenta: Yo oscilo entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece (?). Por la persistencia de ese sentimiento tan profundo como disparatado, ajeno a toda lógica -¡qué desdichado el hombre que solo cuenta con la razón!-, nos salvamos, una y otra vez.
Aún así se os siente como inmensa marea
de intensísima música, sonido que nos hiere
y al herir dulcifica misterioso al ser
que siente una parte del infinito cosmos.
Por eso la pregunta del hombre ¿Y yo quién soy?
con la noche profunda se funde, es palabra
arrojada y perdida en un pozo de música
Antonio Colinas "Olvidaba el dolor y salía a la noche" de Noche más allá de la noche (1983)
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