"Cuando nuestras circunstancias son insoportables, es cuando nos atrevemos a reflexionar y a cambiar"
Ahora mismo, en este preciso momento, somos el resultado de las experiencias que hemos vivido a lo largo de nuestra vida. O más concretamente de como las hemos interpretado y la actitud que hemos tomado frente a ellas. Si bien la mayoría de acontecimientos que forman parte de nuestro día a día transcurren sin hacer ruido, hay algunos hechos que nos marcan para siempre y dejan una huella imborrable en nuestra mente y en nuestro corazón. Una larga enfermedad, un accidente de tráfico, ser despedidos del trabajo, la ruptura sentimental, o la traición en quien confiabas plenamente etcétera, son las más difíciles de afrontar, son precisamente las que más nos posibilitan evolucionar y madurar como seres humanos. Todo depende de cómo las veamos: como problemas con los que quejarnos y victimarnos o como oportunidades de superación y aprendizaje. Por eso se dice que no hay mejor maestro que la adversidad. Aunque suela vivirse como un proceso, agrio, difícil, doloroso e incómodo muchas personas reconocen que gracias a sus conflictos existenciales han conectado con una fortaleza interior que desconocían. Y no sólo eso; en ocasiones, la experiencia del sufrimiento y el malestar les ha llevado a replantearse por completo su vida, a cuestionarse sus creencias y sus valores, y a cambiar así su manera de ver y relacionarse con el mundo.
Y lo cierto es que esta aptitud y nuevo enfoque optimista, es un mensaje universal que se repite desde hace miles de años. Sin embargo, los seres humanos tenemos un peculiar rasgo común, tendemos a olvidar lo que con más entusiasmo deberíamos recordar, y no ser esclavos de esa negligencia. Al menos hasta que nuestras circunstancias deriven en insoportables; sólo entonces nos atrevemos a reflexionar y a promover algún cambio en nuestra forma de afrontar la existencia.
Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa; la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe afrontar frente al destino para decidir su propio camino. Y es precisamente esa libertad interior y espiritual la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido.
Entre las muchas historias inspiradoras que muestran la grandeza humana destaca esta ? (que posiblemente hayan oído hablar de ella)-. Fue protagonizada por el jugador de rugby uruguayo Fernando Parrado. El 13 de Octubre de 1972, se estrelló su avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en los Andes (recuerdan), de los 45 pasajeros 12 murieron en la colisión y otro seis fallecieron a lo largo de la primera semana. Entre las víctimas estaban la madre y la hermana de Parrado por entonces contaba 22 años. Debido a la falta de comida no les quedó más remedio que alimentarse de la carne de sus propios compañeros fallecidos. Y ni siquiera esta terrible decisión les garantizaba la supervivencia: a través de un transmisor escucharon que habían abandonado la búsqueda. Y tan solo 16 días después del accidente, otras ocho personas más murieron en un alud, que enterró literalmente al avión bajo la nieve.
A los 62 días todavía quedaban 16 personas con vida. La mayoría desnutridos, decaídos, sin esperanza. En medio de aquel clima de agonía y desesperación, Parrado decidió que no iba a morir sentado. Estaba dispuesto a salir de aquel lugar por su propio pie. Junto a Roberto Canessa anduvo durante 10 días más de 70 kilómetros, atravesando picos helados por los 6000 metros de altura. Exhaustos y sin nada que comer, finalmente encontraron un campesino chileno, que tuvo que cabalgar ocho horas para avisar a las autoridades más cercanas. Al día siguiente fueron en helicóptero a rescatar al resto de compañeros.
Parrado da conferencias por todo el mundo, su libro Milagro en los Andes se convirtió pronto en best seller. "Cuando escuché la radio que no nos iban a rescatar decidí que yo no iba a quedarme allí, que si había que morir, moriría en el camino". "Aquella experiencia me hizo tocar fondo. Perdí a a mi madre, hermana y a mis amigos. Pero también me enseño una lección que nunca olvidaré; cualquier ser humano es capaz de soportar y superar su destino, sea el que sea. Desde entonces acepto la vida tal como me viene. Una reflexión, de la que debemos tomar nota, más aún en estos tiempos delirantes, que a muchos de nuevo nos toca vivir.
Fermín González, comentarista- Salamancartvaldia.
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