Medallones de la Plaza: ¿historia o política?

El célebre medallón de Franco en la Plaza Mayor está en la agenda de varios grupos del Ayuntamiento. Sin duda, un asunto que paraliza a la ciudad entera. No podíamos permanecer ajenos a la moda de política municipal sustentada en retirada de bustos y cambios de nombres de calles. Sea como sea, su permanencia o retirada depende ya de la Justicia, y justo es que así sea si hay quien lo considera no ajustado a la ley. Saldremos de dudas con su veredicto.

No obstante el dictamen, no creo que seamos pocos los que pensamos que ese medallón dedicado al antecesor del anterior Jefe de Estado no es hoy una exaltación de su persona, de su obra o de su gobierno, ni mucho menos de la sublevación militar de 1936. Lo fue en su momento pero hoy no lo es. Ni siquiera los cuatro nostálgicos de aquel régimen se reúnen ante él, o al menos no he tenido constancia de nada similar. De vez en cuando es noticia el medallón por las pintadas de algunos vándalos, también lo publicitaron los gargajos de un personaje televisivo, y poco más.

Quiso quien ideó la Plaza Mayor que los medallones exaltaran a la monarquía española y, con ella, a los sabios, a los santos y a los conquistadores que la engrandecieron. Tuvo trabajo Alejandro Carnicero retratando a los reyes desde el salmantino Alfonso XI de León, aunque luego la serie no pasó de Carlos III. Tampoco se perpetuaron los bustos de Carlos IV y María Luisa de Parma en las hornacinas del Ayuntamiento, ni los de Isabel II y Alfonso XII que las ocuparon luego. Al medallón de Godoy lo pasaron por la piqueta en un arranque de fervor liberal y patriótico. Si se retira el de Franco no sería raro que se convirtiera en "el hueco del medallón de Franco" (no veo a Felipe y Letizia ubicados ahí).

El 250º aniversario de la Plaza Mayor se aprovechó, en mi opinión acertadamente, para cubrir las ausencias del periplo histórico de España reflejado en los medallones, no ya a modo de exaltación de personas o gobiernos sino como memoria continuada de nuestro devenir nacional.

No se exaltaba al deseado e indeseable Fernando VII al dedicarle un medallón, sino que se dejaba constancia de su paso por la historia de España. No se exaltaba a las Repúblicas con sus luces y sus sombras, pero no se las excluía de un escenario surgido en honor de los reyes, incluido Amadeo de Saboya. Hasta se labró, en decisión discutible, un medallón contrapunto del de Franco, el del rey no reinante Juan de Borbón. Quizá haya que recurrir, para hablar del franquismo, al de Don Juan, que para eso sirven los medallones, para aprender de la gloriosa y sufrida historia de España a través de sus gobernantes, literatos, profesores, músicos, militares...

Seguiré deteniéndome ante los medallones vacíos e imaginando a dos reyes fundamentales en la historia de la Universidad, Alfonso IX de León y Alfonso X el Sabio, que bien pudieran aparecer con motivo del VIIIº centenario. Seguiré soñando con que hombres de ciencias ganen la presencia en algún medallón, no en vano todo un pabellón se pensaba dedicar a los sabios españoles. Y otro a los santos, aunque hasta ahora se reducen a Juan de Sahagún y Teresa de Jesús, pues no ha cuajado aún la sugerencia de Jesús Málaga de que la primera santa salmantina, Bonifacia Rodríguez, tenga sitio en el ágora. Seguiré viendo en los medallones de la Plaza historia y no política, memoria y no "memoria histórica".