El debate de los santos patronos

"Las Cortes generales y extraordinarias, teniendo en consideración que las Cortes de los años 1617 y 1626 eligieron por Patrona y Abogada de estos Reynos, después del Apóstol Santiago, a Santa Teresa de Jesús, para invocarla en todas sus necesidades; y deseando dar un nuevo testimonio, así de la devoción constante de nuestros pueblos a esta insigne española, como de la confianza que tienen en su patrocinio, decretan: Que desde luego tenga todo su efecto el Patronato de Santa Teresa de Jesús a favor de las Españas (?). Dado en Cádiz a 28 de junio de 1812".

Aquella Constitución de la España que a la vez luchaba por la libertad, por la independencia y por la fe, fue revocada por el mismo rey que la había jurado. Y con ella los otros acuerdos de las Cortes gaditanas. El copatrocinio de Teresa, que tan polémico resultó a comienzos del XVII (aún siendo beata se lo otorgaron y cuatro años después de la canonización volvieron a asignárselo), tampoco cuajaba en la convulsa España invadida por el francés y engañada por Fernando VII. Cuentan que los liberales apoyaban a la reformista Teresa y los "serviles" se aferraban al mito de Santiago héroe de la Reconquista. Los dualismos de toda la historia, a menudo trufados de intereses espurios, que tan mal hemos digerido durante siglos en el estómago español. Al menos no se discutía el patrocinio de la Inmaculada Concepción.

En definitiva, Santiago y Teresa, Teresa y Santiago, tanto monta, monta tanto. Dos peregrinos, dos caminantes, dos amigos del Señor. El primero que, entre los apóstoles, bebió su cáliz, y la adelantada que, entre sus testigos, reformó su Iglesia. Nunca opuestos. Nunca reducidos al veredicto de un debate. Ambos con vocación universal, dos santos ante todo católicos, mucho más allá de localismos o tradiciones con más leyenda que esencia. Santiago y Teresa en la devoción de todas las regiones de España, que en la fe hallaron vertebración y unidad rica y diversa, hoy puesta en entredicho desde la barcelonesa plaza de Sant Jaume, no lejos de Tarragona, donde San Enrique de Ossó fundara las Teresianas.

Juntos en la capilla cuya dedicación comparten en la Catedral salmantina. Juntos en la plegaria de quienes invocan su intercesión. Juntos en la gloria del Cielo.