Casi todos los que combatieron en la Guerra (in)Civil comenzada tal día como hoy hace setenta y nueve años ya han muerto. Muchos miles de españoles (¿millones?) tendrían serios problemas para asociar esta fecha del 18 de julio con el hecho de la sublevación militar de 1936, y no digamos para hablar sobre su contexto histórico o el desarrollo del conflicto. Mucho se ha escrito y filmado sobre la Guerra de España, pero no ha sido tanto el espacio dedicado a los integrantes del bando mayoritario, el tercero, que siendo tan perdedores como los otros dos, el vencedor y el vencido, el dirigido por el general Franco y el no dirigido por nadie, al menos viven o murieron con la conciencia tranquila de haber luchado por "la paz, la piedad y el perdón" del presidente Azaña, las formas más justas de hacer memoria y más memorables de hacer justicia.
Recuerdo que mi abuela Carmen, además de cuentos e Historia Sagrada, de vez en cuando me narraba sus aventuras y desventuras de emigrante en Alemania y sus recuerdos de niña, nacida en 1927, cuando los aviones sobrevolaban su pueblo, Pedrosillo de Alba. Recordaba con indisimulado sobrecogimiento que aquel verano el párroco de la localidad clamaba por las calles rogando la liberación de un tal Diego, un vecino socialista, no sé si alcalde, concejal o simple militante político. Habían venido a buscar a ese pobre hombre y, sin juicio ninguno, estaba vista su injusta sentencia. Una somera búsqueda en internet me confirmó que el 14 de agosto de 1936 fue fusilado, cerca de Macotera, Diego Madrid Blázquez, vecino de Pedrosillo de Alba. De nada sirvieron las imploraciones del sacerdote.
También me contaba mi abuela lo sucedido a un tal Manolo, que estaba a punto de ser padre. Le detuvieron y le dieron "el paseo", quedando mal herido en una cuneta. Otro valiente miembro del tercer bando, buen samaritano que no dio un rodeo en el camino de Jericó, le encontró y le llevó consigo. Aunque no fuera lo más prudente, era lo más humano conocer al hijo recién nacido. Al poco le detuvieron de nuevo y definitivamente fue asesinado.
Al otro lado de la antiespañola línea que dividía España, historias similares se sucedieron. Parejas en crueldad y en irracionalidad. Excusas para venganzas personales fueron, en una y otra retaguardia, los supuestos delitos políticos. Imperaron las ideologías sobre las ideas, la masa sobre el individuo, la víscera sobre la mente. El bisabuelo de mi mujer y varios de sus hijos fueron fusilados en Málaga ese mismo negro verano: ¿por ser monárquicos?, ¿por ser católicos?, ¿por tener tierras en Salamanca? ¿Dónde estaba su delito? Seguro que alguien intentó, sin éxito, pedir clemencia para ellos. Hoy no podemos rezar ante sus tumbas. Sus cadáveres, presumiblemente, fueron lanzados al Mediterráneo.
Todos aquellos que intercedieron ante las autoridades (muchas de ellas ilegítimas en ambos bandos), que se arriesgaron escondiendo a los perseguidos, que fueron medio para salvar la vida o la libertad, o intentaron ser remedio para tantos males, incluso rogando el perdón para sus verdugos como hicieron muchos mártires, son los héroes de los que aprender. Como dijera en 1839 aquel presidente del Congreso de los Diputados, el emeritense José María Calatrava, tras el abrazo de los políticos en las Cortes que secundó al de los militares en Vergara, "los españoles han depuesto las armas, pero han hecho algo más heroico, han depuesto las pasiones". Por desgracia, un siglo después, y varias veces antes, no pudo decirse lo mismo. Imagino que, unas cuantas décadas más tarde, habremos aprendido algo de la historia, si bien al escuchar a algunos habría que sugerirles que bajaran la dosis de pasión y aumentaran la de sentido común.
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