Que la vida y la muerte es la misma cosa nadie lo duda. Ambas llegan sin la voluntad que parece regir nuestra existencia y la segunda puede llegar por un inesperado accidente la mayor parte de las veces de manera muy violenta lo que genera no pocas incert
Los sanfermines tienen para mi un significado muy especial. Un 7 de julio me trajo mi madre al mundo hace ya 62
años. De niño, cuando los mayores usaban la puñetera manía de preguntar qué quería ser yo de mayor, siempre contestaba que torero, mi padre se había encargado de que me gustara serlo y hasta que entendiera de toros cuando me llevaba a las corridas en las que toreaban El Viti, Paco Camino, Antonio de Jesús, Pedrés, Diego Puerta y otros allá por los años 50-60.
Evidentemente cuando llegaban las fiestas de San Fermín no me perdía ningún encierro televisado, primero en blanco y negro y después en color. Mi ilusión era cumplir años en Pamplona cosa que realicé en un viaje relámpago hace unos tres lustros en el que me acompañó mi hijo. La desilusión fue enorme, me parecieron unas fiestas artificiales donde corría el dinero y donde se "desparramaba" demasiado, sobre todo los extranjeros. Aquel viaje de sin sabores, lo salvamos el mismo día de San Fermín en el tuvimos un desayuno tranquilo con chistorras y
huevos fritos sentados en la calle acompañado de unos pamplonicas que se portaron extraordinariamente festejando mi cumpleaños como si fuera uno de ellos. Otra cosa que no pude aguantar fue la violencia del encierro, los toros preparados para correr su última carrera en un sacrificio de pura diversión para los que se dejan el dinero en la ciudad. Todo se perdona, mientras te dejes los cuartos allí. El fotógrafo David Ramos realizador este año, a su pesar, de una extraordinaria fotografía en la que ve a una chica emparedada entre la multitud mirando hacia arriba como pidiendo aire, dice que estos días en Pamplona hay demasiados fotógrafos, demasiada gente y demasiado alcohol. Demasiada basura, diría yo.
Afortunadamente aquel viaje fue el final de un periplo de amor-odio con el mundo taurino que había empezado
años atrás en San Fernando de Henares cuando asistí a un auténtico asesinato de un animal indefenso de unos tres años de edad al que, desgraciadamente vi cómo le intentaban matar durante más de 40 minutos unos inútiles y descerebrados mal llamados matadores hasta que le intentaron hincar el estoque desde abajo directo al corazón pues el pobre animal no "doblaba" después de más 60 intentos de acabar con él. Aquella fue, de verdad, naturaleza moribunda, la muerta la
podemos encontrar después de las corridas, en los chiqueros, también en las cacerías, ya sean "reales" o de plebeyos, de reyes o de ignorantes asesinos de animales que tanto abundan en los pueblos de esta "su" España, de cientos de miles de animales muertos por las carreteras sin que ningún partido político -con posibilidades de poder- lleve en su programa medidas para minimizar esta matanza totalmente irracional, de animales encarcelados destinados a ser uno más entre docenas de los que forman los abrigos de maravillosas pieles con los que lucen sus paseos de ostentación las que no tienen crisis bajo sus pies y lo que es peor. También la podemos encontrar hasta en los seres humanos muertos y/o asesinados por la codicia de sus congéneres.
Sin embargo, y a pesar de los muchos incendios que asolan nuestros bosques y campos, en los que la naturaleza vuelve a morir de muerte natural, las menos veces, o por intereses urbanísticos, las más, hoy quiero
hablar de otras naturalezas muertas, de las del deleite, de las que nos elevan fuera del alance de la cochambre: esas obras, unas veces pictóricas y otras fotográficas, en las que los artistas nos dejan su impronta, su deseo de que perdure en el tiempo la vanidad que les acompaña y que toma cuerpo en ese objeto, natural o artificial, que más que algo a describir mediante el manejo de la luz o de los pinceles llega a veces a ser un auténtico autorretrato del alma del artista. Desde Meléndez y Zurbarán, del que puedo decir que pintó el bodegón másintenso y sutil que se haya pintado nunca, hasta Brossa o Madoz, maestros del poema objeto, pasando por Velázquez, Caravaggio, Juan Gris o Picasso y un sin fin de aristas que no puedo nombrar ni enumerar en esta líneas, han utilizado ese recurso maravilloso que es pararse y contemplar lo cotidiano, lo que parece que carece de importancia a los ojos de casi todo el mundo y que ellos supieron, saben, extraerle el alma o cambiarle el sentido para poder transmitir su yo más profundo.
Llevado por este planteamiento al ver cómo las hojas de las lombardas de mi huerto sucumbían de muerte natural cambiando su clásico color verde violáceo a ocres, sienas y rojos y como es la actividad fundamental en mi nueva vida de retiro y contemplación, he decidido hacer un homenaje a esta planta esperando que la simbiosis entre arte y trabajo reporte los frutos deseados, reportaje que podéis contemplar a continuación a la vez que, sin ánimo de comparar porque no es el caso, os dejo con algunos de los bodegones o naturalezas muertas más bellas y vivas que nunca.
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