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El labrador tranquilo
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El labrador tranquilo

Actualizado 11/07/2015

Con el título se me va la mente a John Wayne y a la fierecilla domada, pero lo que viene apenas tiene que ver con aquello, por eso evito más distracciones y voy a lo mío sin renunciar al título, claro. Porque quiero referirme a algo que cada vez nos está haciendo más falta en la Iglesia de hoy en España, tan encogidilla ella por lo que pasa y tan cautelosa y hasta encorvada por lo que ve que viene.

[Img #355192]El título podría estar al frente de la parábola de Marcos 4, 26-34: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga? Soy hijo de labradores y no es tan simple la cosa como la pinta. Puede que el viejo labrador presente rostro tranquilo pero la procesión de la incertidumbre y del azar todopoderoso va por dentro. Y no se remedia con ruegos y súplicas ni con unos consejos de autoayuda ni siquiera con un buen seguro agrario.

En todo labrador hay una ancha y misteriosa franja impasible, que además se les nota perfectamente, y hay una alarma que no cesa porque en alguna medida desconocida de antemano vale más semilla en mano que cosecha volando? Y el que prevalezca una u otra define en el mundo entero a las dos clases de labradores que en el mundo son. Y también de pastores y de predicadores y de agentes de misión y de profetas y de? Ahí está parte de la gracia y de la actualidad de la cosa honda de la parábola.

Lo gratuito se impone

Y sin salir del fenómeno de sementera/crecimiento/cosecha hay que recordar, para fortalecer el alcance de la parábola y su aplicación al Reino y a este su humildísimo y santo ensayo que es la Iglesia en cada tiempo, que hoy la ciencia agronómica propone principios científicos y tecnológicos, estudia los factores físicos, químicos, biológicos, económicos y hasta sociales que influyen o afectan al proceso productivo, sin olvidar la genética, la biología o la meteorología? Toda esta complejidad no explica sino complica el fenómeno, hace más misteriosa esa historia secreta que vive la semilla sin contar con el labrador. A pesar de las eclesiologías lo de la Iglesia de Jesús sigue siendo un misterio cada día. Y la vida nos da, menos mal.

La primera lección de ese misterio que nos desborda a pesar de la ciencia que acompaña es que al final prevalece la gratuidad de la vida. Y el labrador tranquilo lo sabe y lo profesa. De eso vive y por eso trabaja y por eso aguanta la prueba en silencio. El observador ajeno e ignorante habla de fatalismo o de ingenuidad, pero ignora ese fenómeno, sobrenatural en cierto modo, que acompaña a cada semilla que cae y que antes de brotar ya ha instalado en el corazón del sembrador un brote tierno de esperanza y hasta de lenta expectación. Suceda lo que suceda, que ya se verá, sobresale la gratuidad de la vida que brota. Ni ingenuidad ni fatalismo: humanidad pura y lúcida. Y, me digo ahora yo, el Reino siempre nos sorprende, nos lleva a la incertidumbre para acabar dejándonos en la paz de lo gratuito que viene: Dios puro y lúcido. Es un gozo amenazado y contenido que se revelará por fin en aquel Día de la Cosecha. Todo se andará, aunque sea duro el camino y muy recios los tiempos.

Sonrisas y lágrimas

El feliz autor del salmo 125 cantaba que los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares, mirando más a Sión, real motivo de llanto, que al sembrador, que nunca llora; el autor se deja llevar más por el efecto literario que busca que por la realidad del juego de siembra y cosecha. Hay en todo esto numerosas resonancias para las actitudes y reacciones de los cristianos en todo tiempo y para su inefable felicidad creyente o para su razonable y fiel desesperación cristiana. En esa procesión que siempre va por dentro del creyente cristiano se alternan o se mezclan siempre las lágrimas y los cantares.

¿Siervo inútil?

Y mientras tanto en el pasar de los días y de los años, principiante o tras sus bodas de oro en misión, el seguidor de Jesús, escuchada, atendida y entendida la parábola, puede mirar la historia con ojos claros serenos como el agricultor que mira su campo; puede contemplar en silencio sonoro el rostro del amado en el espacio sin nada de su tierra sembrada; puede pasar su confianza a razón más alta que la manipulación de su campo porque se ha asegurado razonablemente y por larga experiencia de fe de que el fruto llega gratuitamente, hasta mientras duerme.

Por eso no se ha sorprendido cuando se ha topado consigo mismo repitiendo en voz baja y firme "Soy un siervo inútil". Él sabe que eso que le viene y repite no es una verdad laboral, porque aprendió su oficio, preparó la tierra, sembró buena semilla? y todo esto no es faena inútil, pero el fruto, o la pesca "milagrosa", o el Reino, o lo que sea? le viene dado. Y lo va aprendiendo a base de "inutilidad" y de sorpresa.

La pega de esta contradicción es que no quita la pasión ni consuela del fracaso; todo es fácil para el labrador sentado, ese siervo inútil que se pasa pescando toda la noche en vano, y nada lo libra del agobio del ansia de cada día; es demencial si no fuera por la fe, porque se ve vencido por el mundo y a la vez llevado por Aquél que ha vencido al mundo. Y a veces hasta se cansa y se agota en este ganapierde, porque no es tan sencillo. En la Iglesia actual hay muchos agentes, de cualquier nivel y condición, con ese problema y no reciben la terapia adecuada. Los sanadores andan en otras cosas? Y puede perderse la cosecha, pero la pérdida del labrador no está prevista en la parábola.

Otra parábola y una experiencia

Todos hemos contado o escuchado la historia, no sé si cierta o verdadera, del bambú japonés y que es una parábola perfecta para impacientes. Por lo visto siembras la semilla, la abonas y la cuidas con todas las atenciones que requiere. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable, pero lo peor es que no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, hasta el punto de que un cultivador inexperto estaría convencido de su fracaso y abandonaría toda esperanza. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 20 metros! Para confirmar semejante fenómeno, se lo he preguntado hace unos días a dos japoneses recién llegados y no nos entendimos.

Y sea lo que sea, propongo una experiencia apasionante: doblar cuidadosamente en pliegues suaves la vida y la misión y con ternura y precisión envolverla en esta parábola del Señor. Y estar tranquilos.

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