"Los pueblos se nutren de resentimiento, y aunque terminen sus guerras, el resentimiento historico, la desconfianza incluso el odio se impregnan en la vida y dura durante generaciones"
GUERRAS: Parecen imparables en el mundo, da la impresión de que el ser humano no ha avanzado nada. Después de un tránsito de miles de años de existencia sigue por los caminos de la guerra, el terror, el desamparo y la muerte.
Las luchas fratricidas que han diezmado la especie humana desde el comienzo de la hominización. El sentimiento de crueldad es un pesado fardo que al parecer, estamos condenados a llevar a cuestas durante nuestra vida. Contra lo que creían algunos visionarios, no es la sociedad la que siembra en nuestra personalidad el deseo de hacer el mal, sino que es algo genético, que acompaña a todo ser vivo durante el proceso de la evolución, con la orden expresa de la supervivencia, a costa de todo lo que se oponga a ella. Aunque no cabe duda de que, al contacto con el medio ambiente, la crueldad se puede mitigar o exacerbar. Pero nunca erradicar, ya que aparece en el preciso instante en que peligra nuestra vida. La aseveración de Hegel: "El derecho de la naturaleza es la existencia de la fuerza y la imposición de la violencia". Lastimoso, pero cierto.
Ya nos lo había advertido la Santa Biblia: el primer crimen de la humanidad fue una pelea entre hermanos, Caín asesinó a Abel por envidia. Las pasiones se atraen y encadenan entre sí, aumentando la ferocidad de la especie. La crueldad que muestra el hombre pisoteando al insecto que le asquea, al lobo que teme, al cordero que necesita para alimentarse, se convierte en fratricidio cuando el enemigo es el propio hermano. No importa el motivo, aunque al fin todo se reduce a la supervivencia del ser ante el peligro de la presunta aniquilación, total o parcial, del ego individual, que no admite lazos familiares ni de otro tipo cuando está en juego la vida. (Los visionarios mártires se la juegan porque esperan vivir "otra" vida).
Desde las rivalidades tribales hasta las guerras mundiales, la historia de la especie humana no ha sido más que una lucha desesperada por la supervivencia, tanto individual como social. Con el agravante de que es la única especie que presume de un cerebro racional, frente a los pasionales descontrolados del resto animal. El cerebro evolutivo del hombre no ha servido de gran cosa hasta el momento para amansar a la fiera. Matanzas y guerras fratricidas han jalonado esta triste historia. Sea por motivos de egoísmo individual, de supremacía política, de justicia social o de creencias religiosas. A pesar de la misericordia, del perdón, de la mansedumbre, de la caridad y de tantas otras virtudes "pacificadoras", predicadas con tesón, el hombre sigue siendo un lobo para el hombre,". Se cuentan por cientos las obras de arte que han dejado constancia de esta verdad en todos los tiempos y lugares. Acaso no haya suelo más ensangrentado que el de mi patria, España, asolada, invadida, humillada y, al mismo tiempo, orgullosa de su propia historia, labrada a golpes de espada, sobre todo en los ochos siglos que costó expulsar a los moros norteafricanos y en las guerras civiles posteriores, alimentadas por el odio entre hermanos. Buen ejemplo es la galería de las batallas, pintadas al fresco en el monasterio de San Lorenzo del Escorial.
Hace unos años en 2008, se conmemoraron los dos siglos de la conocida en España como Guerra de la Independencia, contra el invasor francés. Fue una guerra de supervivencia de un pueblo, alzado en armas contra Napoleón. Pero, como en todas las guerras, los horrores se cometieron por los dos bandos. Y ha quedado constancia de ello, tanto por la pluma como por el pincel o el buril. "El día dos de mayo de 1808 en Madrid", con las atrocidades cometidas por unos y por otros, donde se suceden escenas, Una de las más violentas es la que describe cómo dos mujeres del pueblo, acuchillan a un soldado francés que implora clemencia inútilmente. No hay tregua para el vencido, si la ira y la sed de venganza acompañan al vencedor.
España, en medio de tanta tragedia, tuvo la suerte de contar con un pintor de excepción, Francisco de Goya, que sustituyó la alegría colorista de sus cuadros costumbristas para tapices por el negro y ocre oscuro de sus dibujos y grabados, que tituló "Desastres de la guerra". No se puede estampar con más realismo el horror de la guerra y la crueldad de los combatientes. Pero también supo simbolizar la gigantesca masacre en alegoría de la guerra, antes y después de la contienda, un gigante domina la escena, ante cuya vista huyen despavoridos los pobres y diminutos liliputienses, víctimas de la barbarie, ese mismo gigante, sentado y con mirada lastimera, vuelve atrás los ojos y contempla el desolado paisaje, alimentado con la sangre de los vencidos. Así es la historia, pero nadie parece dispuesto a aprender de ella.
No nos engañemos. Nadie puede detener el tiempo ni cambiar la condición humana. Ni los políticos, ni las religiones, ni las organizaciones de ayuda humanitaria. Es una triste conclusión, pero, a mi modo de ver, muy realista. No cabe esconder la cabeza debajo del ala. Ni tampoco hay que abandonar las utopías. Habrá que seguir luchando contra la injusticia, la maldad y las pasiones humanas que desencadenan tanto odio, pero a sabiendas de que el ser humano no podrá cambiar mientras no cambie su cerebro, obediente siempre a la orden suprema de la supervivencia. Lo único que será factible en el futuro es acomodarse a esos deseos irrefrenables de sobrevivir, propiciando una calidad de vida y una armonía de intereses que a todos satisfaga. Es la tarea de las religiones y de los políticos, que han de enterrar ambiciones y privilegios, en la búsqueda de la felicidad, individual y social.
Fermin Gonzalez
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