El politólogo norteamericano Francis Fukuyama (hoy casi olvidado) dictaminó en su libro El fin de la Historia que tras la caída del Muro de Berlín había acabado la confrontación ideológica, ya que Occidente se había impuesto al comunismo. Con otras palabras, ya lo había previsto 30 años antes Daniel Bell en El fin de las ideologías
Se equivocaron.
Basta ver la extensión mundial del terrorismo yihadista hoy día para saber que es justo lo contrario.
Pero no hay que ir tan lejos: también a pequeña escala, en el ámbito doméstico, por llamarlo de algún modo, se incrementa la violencia, aunque sea verbal y aunque se refugie en las redes sociales. No es ya que el dicterio y el insulto hayan sustituido a la argumentación, sino que cualquier hecho se presta a interpretaciones antagónicas, según cuáles sean los prejuicios doctrinales de sus intérpretes.
Eso, que siempre ha sucedido en terrenos tan pasionales como el fútbol, por ejemplo, llega ahora hasta las estadísticas más objetivas: el mismo dato ?ya sea sobre el paro, los impuestos, los asistentes a una manifestación?? se convierte en axioma irrebatible para unos y para otros, aunque con significados absolutamente opuestos.
Tan obvio resulta el apriorismo ideológico frente al análisis racional, que se puede prever de antemano la postura que tendrá cada político, cada tertuliano televisivo y hasta cada juez sobre el tema que fuere: no hace falta ni debate. Vale lo mismo para el caso griego que para la llamada ley mordaza (que, por cierto, casi ninguno de sus detractores ha leído).
La prueba del nueve de nuestro sectarismo la tenemos en el caso de Guillermo Zapata. Aquéllos escandalizados por las burradas del concejal madrileño sobre los judíos y sobre Irene Villa han arremetido con salvajadas verbales aun mayores contra él y contra la inocente víctima del terrorismo por haberle perdonado.
¿Alguien duda, de verdad, de que estemos infectados hasta el tuétano de ideología?
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