Aparece estos días en los medios de comunicación, que, siempre, de un modo u otro, recogen el rumor ?quisiéramos que de modo menos atenuado? de lo que arrastra la vida, de lo que en la sociedad se incuba.
Los indigentes, los sin techo, los excluidos, los mendigos, los vagabundos ?pongámosles el nombre que queramos; algunos son eufemismos de una sociedad que quisiera hacerlos invisibles, como la anterior alcaldesa de Madrid? sufren la violencia por parte de sectores juveniles en noches de alcohol y pandilleos, de ebriedades obscenas.
¿Cómo es posible que se haya llegado hasta aquí, que se haya incubado en determinados sectores de jóvenes ese desprecio, que tantas veces queda impune, hacia la dignidad humana, de todo ser humano por el mero hecho de serlo?
Pero los adultos, muchos adultos, son cínicos; pues también se sumarían a esas agresiones sin ningún pudor ni recato. No lo hacen físicamente, porque ya no son jóvenes; pero lo realizan con el pensamiento, de modo íntimo.
Eslabones débiles del mundo y de la sociedad, los indigentes, los sin techo, los vagabundos, los mendigos, llevan en sí mismos, en sus seres tan desprotegidos, indefensos y atacados, historias sobrecogedoras. Y, desde luego, son portadores (unos de ellos, pues los hay también en otros lados) de esa herida de la sociedad, de esa lacra de una sociedad enferma que ha convertido en dios al dinero y al egoísmo y el propio interés en la única moral, despreciando cualquier valor verdadero (la solidaridad, la fraternidad, el apoyo mutuo, entre otros) que todas las culturas, todas las civilizaciones han buscado practicar y han exaltado como necesarios.
Un memorable verso del ya mítico y desgraciado poeta portugués Al Berto dice: "Quien ama la violencia se odia a sí mismo". ¿No se odiarán a sí mismos quienes tratan de hacer invisibles a los indigentes, dando órdenes de retirarlos de las calles de las ciudades, para que no se vea lo que ellos consideran lacra, pero que no hacen nada por evitarla, o quienes, jóvenes o no, los agreden sin piedad alguna?
Pero la herida de la sociedad se manifiesta también en otros ámbitos: en tantos seres humanos que, huyendo de guerras, hambres y de atroces violencias, llegan a las costas europeas de Italia, Grecia y España; también en los ancianos que, según indican también estos días los medios de comunicación, son muchas veces objeto de violencia en el seno de la propia familia.
Eslabones débiles de una sociedad enferma, los indigentes, los inmigrantes, los ancianos..., también los desahuciados, los parados y tantos otros, merecen que otra sociedad sea posible, para que se erradiquen de una vez por todas tantas lacras que nos sitúan a todos, en este tiempo histórico, por debajo del umbral de la humanidad y de lo humano.
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