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Actualizado 20/06/2015
Ángel González Quesada

Cuando se pretenden explicar o investigar cuáles eran las costumbres sociales o las formas de vida cotidianas del país de hace treinta o cuarenta años, con frecuencia se recurre a revisar la publicidad comercial de la época, porque en los anuncios de prensa, radio o televisión de entonces, están claramente reflejadas no sólo las formas de relacionarse de los vendedores con sus clientes, sino que esa publicidad, su forma, sus productos, su lenguaje y hasta sus defectos, constituyen todo un tratado sociológico de la época y una muy aproximada descripción de sus habitantes y sus afanes. Si cuando hayan pasado varias décadas alguien quisiera describir o simplemente rememorar cómo era esta época que ahora vivimos, y para ello recurriese a la publicidad de hoy, sin duda concluiría que los que vivimos en España en la segunda década del siglo XXI somos completamente imbéciles.

La inmensa mayoría de la publicidad comercial que hoy día se publica y se emite en radio y televisión adolece de tal simpleza (que no simplicidad), de tal grado de infantilismo de la peor especie, y está tan contaminada de tópicos, lugares comunes, vulgaridad y pedestre tosquedad, que cualquier mediana inteligencia rechazaría automáticamente los productos que así se publicitan, salvo que, como sucede, haya desaparecido por completo en todos nosotros la capacidad crítica ante la madajdería. Y aunque se siga recurriendo a la utilización de personajes famosos para asociarlos al producto en venta ?práctica utilizada desde siempre por los publicitarios de escasa imaginación-, algunos modos actuales de presentación publicitaria recurren a ciertas especies de chuscas dramatizaciones mal inventadas y peor puestas en escena, que resultan tan ridículas, grotescas, antiguas y viejunas como, por descontado, la capacidad profesional de sus autores.,

Mucho peor que la chabacanería y trivilidad que destilan el noventa por ciento de los anuncios, son los mensajes, quizá menos subliminales que estúpidos aunque siempre reflejo de la mentalidad de sus autores, que con alto contenido machista, excluyente, xenófobo y clasista, pretenden reflejar una sociedad aberrante, donde campa por sus respetos el individualismo egoísta, triunfa la baratura de los deseos, se impone la imbécil jactancia del presumido o se persigue la creación de modelos estéticos de petulante nadería, que parecen querer remachar, todos ellos, un ámbito de consumo inclinado únicamente a lo epidérmico, pijo e intrascendente. Y esa será, seguramente, la imagen que de nosotros atisbará quien, dentro de cien años, pretenda conocernos.

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