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Discurso de José Manuel Mangas en su despedida del IES Tierra tras 34 años
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INTERVENCIÓN

Discurso de José Manuel Mangas en su despedida del IES Tierra tras 34 años

Actualizado 19/06/2015
David Rodríguez

CIUDAD RODRIGO | El exdirector del IES hizo un repaso a su etapa como alumno en el colegio y el instituto

[Img #338026]> A continuación reproducimos íntegramente el discurso pronunciado por José Manuel Mangas Tamames en el acto de graduación del IES Tierra de Ciudad Rodrigo a modo de despedida del centro tras 34 años impartiendo clase en el mismo (el próximo año lo hará en Salamanca).

Mi primer contacto con el mundo de la educación tuvo lugar, como es fácil comprender, hace muchos años. Fue en mi pueblo natal, Valdelosa. Creo que tenía cinco años. La enseñanza no era obligatoria hasta los seis, pero el maestro hacía el favor de coger a niños de menos edad. La educación era diferenciada, los niños por un lado y las niñas por otro. En el bachillerato también sucedía lo mismo.

Enseguida pude comprobar que a la escuela había que ir a aprovechar el tiempo. El maestro, muy amablemente nos solicitó, a los tres niños que empezamos aquel año, que al día siguiente llevásemos una vara, si como la del anuncio de la tele. Así lo hicimos los tres. Luego nos mandó hacer una bola de papel y nos instó a lanzarla hacia su mesa. Quien lanzó la bola y la dejó más lejos de su entorno, casualmente la mía, hubo de acercarse a la mesa, poner las manos mirando hacia arriba, y el maestro agitando la vara, soltó unos cuantos golpes, fuertes, que me hicieron mear las patas abajo, como se dice vulgarmente.

Llorando y mojado, me fue al pupitre a reflexionar y comprendí, desde bien pequeño, que a escuela había que ir a aprovechar no sólo el tiempo, mi primera lección consistió en descubrir que a la autoridad, en este caso el maestro, había que respetarla. Ciertamente este espectacular debut me tuvo amedrentado un tiempo, pero no había más remedio que tirar para adelante.

Por los avatares de la vida, mi padre había aprobado unas oposiciones de Conserje en la Escuela de San Eloy. Maletas y para Salamanca en plenas Navidades. Todavía recuerdo el olor a las barras de pan recién hecho, que yo no conocía, y eso que mi padre era panadero, porque en los pueblos, antaño, se estilaban las hogazas de pan. Tardamos un tiempo en que a los hermanos que estábamos en edad escolar nos asignaran centro educativo.

Ya casi finalizando febrero, nos admitieron en el Colegio Francisco de Vitoria, y a mí me metieron en primero de primaria. Y el maestro me colocó en un rincón y no me hizo caso el resto del curso: no sabía ni leer ni escribir. Y así acabé el curso. Me entretenía pintando y escuchando las lecturas de Historia Sagrada, la del ratoncito Pérez, capítulos del Quijote,... Todo me resultaba novedoso y prestaba mucha atención.

[Img #338025]Ese mismo año estrené mi primera pizarra digital y mi primer ratón. Una minipizarra individual y un pizarrín blando, con el que me entretenía haciendo garabatos cuando los demás hacían Matemáticas y Lengua. Al curso siguiente repetí, como es lógico, y empecé a aprender rápido. Y cuando el maestro, el mismo del curso anterior, me dijo que ya podía utilizar el pizarrín duro, me sentí capitán general.

Aprendí la tabla de multiplicar cantando, también cantábamos los ríos de España, sus regiones, las cordilleras,... Todo se cantaba, hasta que el maestro te sacaba al encerado y te metía en un aprieto y te preguntaba siete por cuatro, o, delante de un mapa mudo, te preguntaba por el río Duero, o que marcases una ciudad, una cordillera, un cabo o un golfo. Todos los días hacíamos un dictado de unos veinte renglones y luego corregíamos el del compañero de pupitre, siguiendo las instrucciones del maestro. Así hasta tercero de primaria.

El recreo era fundamental, al igual que ahora. Y aunque hacia un frío que se las pelaba, sobre todo en invierno, estábamos mejor en el patio, porque allí podíamos correr, sofocarnos y entrar en calor, porque en el aula, donde estábamos sentados cada uno en nuestro pupitre, no nos podíamos mover y hacia el mismo frío que en la calle, no había calefacción, era un lujo que no había en muchas casas y tampoco lo había en la escuela. Tan sólo el maestro disponía en su mesa, con faldillas, de un brasero de cisco (en mi pueblo) y eléctrico en el Francisco de Vitoria. A veces el maestro permitía que algún alumno se sentase un rato a su lado.

Fueron tiempos de sabañones en las orejas y en las manos, las cuales las teníamos agrietadas por el frío. A pesar de las vicisitudes que nos tocó pasar a los de mi generación, a pesar de los capones, coscorrones, tirones de orejas, a pesar de todos esos pesares, estoy muy agradecido a mis maestros, me enseñaron a leer, a escribir, me enseñaron valores como el respeto ... Y me dieron la oportunidad de seguir aprendiendo y crecer como persona.

Los días previos a las vacaciones de Navidad, como es natural, eran especiales.

Debajo de un tintero,

Hay siete ratones,

Diciéndole a Don Angel (director)

Que nos dé las vacaciones

Si no nos las da, le rompemos un cristal

Y si sí nos las da, le compramos mazapán

Cantábamos a coro en el patio. Eran unos días donde la magia de la Navidad nos contagiaba, donde a mi me parecían los maestros más permisivos, más humanos, porque el resto del curso practicaban más la política del palo que la de la zanahoria.

Hacíamos la tinta, azul y colorada, y antes de irnos de vacaciones de verano, pues a lijar los pupitres para dejarlos listos para el curso siguiente. Eran de los ratos más divertidos; el resto, currando y sin rechistar, aunque siempre había algún gracioso que rompía la normalidad de la clase, para algarabía, claro está, de todos.

Mi último año en la escuela fue, en lo personal, brillante porque logré estar, a lo largo de todo el curso, en el cuadro de honor. En dicho cuadro, una especie de orla, aparecían los tres mejores de cada aula y eso subió mi autoestima y no ya mi confianza, también la del maestro, que vió en mi mimbres para hacer la Prueba de Ingreso para el Bachillerato. En definitiva, iba camino de conseguir los buenos principios de los que siempre oí hablar en mi casa, y que en aquellos tiempos no eran otros que estudiar y hacerte un hombre de provecho, como me imagino que vosotros, en más de una ocasión, habréis escuchado en vuestra propia casa.

La prueba de ingreso a Bachillerato (9 a 10 años), daba ya carácter. Siete u ocho profesores, encima de una tarima, haciéndote preguntas y de nuevo el miedo y las ganas de orinarte las patitas abajo. Ellos con corbata y traje, ellas muy bien arregladas para la ocasión. Ni una triste sonrisa, ni un cariñoso gesto hacia los examinandos, silencio sepulcral sólo roto por las contestaciones de unos y otros, hasta que llegaba la interminable hora del "puede usted sentarse".

El Bachillerato duró seis años y al acabar cuarto había una reválida nacional para obtener el título de Bachiller Elemental. Pero había que aprobarla para obtener el título que te permitía acceder al Bachillerato Superior.

Más de un 50% de los españoles se quedaba en el corte. Debo comentaros que no observé ningún tipo de adoctrinamiento político y eso que era obligatoria la asignatura de Formación del Espíritu Nacional desde primero hasta sexto y su currículo era transmitir los valores del franquismo, sobre todo saberse de pe a pa los Principios Fundamentales del Movimiento, algo equivalente ahora a saberse todo el articulado de la Constitución española de 1978. ¿Vosotros conocéis en profundidad de qué va nuestra Constitución? Pues eso me pasó a mi, que me quedé con el latiguillo de que "España es una unidad de destino en lo Universal", sin saber muy bien lo que significaba entonces, incluso ahora me cuesta saber de qué va el rollo. Tuve la enorme fortuna de que en mi camino me crucé con profesores poco fundamentalistas, porque otros amigos, con el tiempo, me han contado lo mal que lo pasaban en dichas clases, algo que habréis podido observar en la serie Cuéntame....

En fin, algo parecido nos trae ahora la LOMCE, al acabar cuarto de la ESO, prueba para tener el titulo de Secundaria, y al acabar segundo de Bachillerato, prueba para obtener el título. Pero, como siempre os digo, nadie se ha quedado calvo de tanto estudiar, y a los hechos me remito, la calvicie tiene que ver con la genética y el estudiar tiene que ver con el tesón, con el esfuerzo, con el sacrificio, lo que nos toca a la mayoría de los mortales, porque inteligentes son muy pocos los que pueden presumir de ello.

Y ciertamente es muy duro ver que los que tienes a tu alrededor se divierten y tú "al tajo", a pelearte con los apuntes y dale que te pego un día sí y otro también, madrugando o trasnochando, pensando en más de una ocasión que los días tendrían que ser de más horas, sobre todo cuando "te ha pillao el carrito de los helaos". A mi me servía de consuelo algo que me explicó la profesora de Filosofía, doña Carmen, de la que guardo un gratísimo recuerdo; para los alumnos era la domadora, por su fuerte carácter, y cuando ella se enteró un día de su apodo no tuvo remilgos en afirmar: "¿Domadora yo?, !de burros!".

Doña Carmen nos habló una día del bien temporal (la juerga, los buenos ratos, la buena vida, el jijiji, el jajaja...y eso pasa y nada queda); y del bien permanente (la responsabilidad ante el estudio, eso permanece a lo largo del tiempo, nos decía). Bueno, como es natural, yo practiqué un híbrido de su consejo y he podido comprobar que efectivamente quien se agarra bien a los machos, quien se sacrifica, quien se prepara para el día de mañana, acaba por triunfar, conseguir sus objetivos y alcanzar el ansiado estado del bien permanente.

El esfuerzo, el sacrificio, el tesón, la voluntad por conseguir un objetivo, es fundamental para el ser humano. Esos son los buenos principios con los que me crié, y esos son los buenos principios que he intentado transmitir como profesional de la enseñanza, desde hace ya 35 años. Y si mis alumnos han sido capaces de aprender Física y Química conmigo, ¡premio para ellos!, pero yo, que he practicado siempre el abrir puertas de esperanza y posibilidades de futuro para mis alumnos, si me dan a elegir, me quedaría con las lecciones de vida que tanto yo, como mis compañeros, damos un día si y otro también en las aulas.

Llevo ocho años de prestado en el IES Tierra, mi querido instituto, por cuestiones que ahora no vienen al caso. Me he sentido siempre cómodo a lo largo y ancho de estos treinta y cuatro años que llevo en el centro, toda mi vida profesional desarrollada aquí; y me voy con la satisfacción del deber cumplido, con la inmensa alegría que da el dejar aquí amigos, muy buenos compañeros y mejores alumnos, a los que les deseo lo mejor en los estudios, que a partir del próximo año iniciáis, o una incorporación digna al mundo laboral, que en los tiempos que corren, no se yo...

Me inicié con una pizarra de pizarra y, ya veis, me jubilaré con la pizarra digital, con el IPhone, con el IPad, colgando en la nube archivos,... Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación al servicio, como no, de la educación. ¿Quién me lo iba a decir a mí cuando era pequeño que conocería todo esto? La educación sirve para lo que sirve, para amueblar cabezas y prepararlas para las innovaciones futuras. Nunca se termina de estudiar porque o estás al día, o pierdes comba.

Os deseo a todos mucha salud, porque sin ella nada podremos hacer. Os deseo a todos mucha suerte, porque de vez en cuando debe ponerse de vuestro lado. Os deseo a todos mucha ilusión en vuestras futuras tareas profesionales. Y espero y deseo que defendáis los valores aprendidos en la escuela, en el instituto, y que allá donde estéis defendáis los intereses de los más débiles, de los más desfavorecidos.... A lo largo de nuestra vida siempre ha habido alguien que nos ha regalado algo y, como dice el refrán, es de bien nacidos ser agradecidos.

Y no me enrollo más, me despido con un "Amigos para siempre". Adiós.

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