El fenómeno de las casas encantadas es un hecho conocido y constatado a lo largo del planeta. Los casos son innumerables, y nos hacen pensar que realmente hay algo más, una energía que impregna determinados lugares y que actúa de un modo muy concreto. Algunos creen que es simplemente eso, una energía, otros afirman que detrás de ella hay fantasmas, y hay quienes hablan incluso de posesiones demoníacas.
Y es que hoy quiero escribir sobre un caso real relacionado con este tipo de sucesos, ocurrido a unos amigos cercanos hace no mucho tiempo. Como es algo personal no quiero ofrecer ningún dato concreto, simplemente limitarme a la historia.
Nos situamos en una pequeña casa ubicada en lo alto de una montaña, aislada en cierto modo. Aquel día habían quedado con el fontanero del pueblo para arreglar una avería, pero no apareció a su hora y al oscurecer dieron por sentado que ya no vendría, por tanto, cerraron la valla de madera que rodeaba la finca y entraron de nuevo al calor del hogar.
Cuál fue su sorpresa cuando de repente, a través de la ventana, vieron aparecer el coche del fontanero dentro de su propiedad. Como es lógico, salieron algo molestos porque además de llegar tarde, el automóvil había entrado libremente.
Según su versión, al llegar a la valla se habían abierto ambas puertas, cada una por separado y lentamente, dando por sentado que habían sido los dueños de la casa quienes habían accionado algún botón o mando a distancia. Sin embargo, el misterio llegó cuando se dieron cuenta de que no se trataba de una valla automática, sino manual, de las de toda la vida, y no había explicación alguna que pudiera justificar aquello, ya que ni siquiera el viento podía ser un motivo, la noche estaba en calma.
No entraré en más detalles, pero el fontanero se fue de allí como alma que lleva el diablo y, para desgracia de mis amigos, no quiso regresar nunca más.
Este no fue el único suceso paranormal que allí aconteció, sin embargo, ellos ya estaban acostumbrados y por eso no realizaron ningún tipo de investigación.
Actualmente la casa está deshabitada, y quién sabe si en la soledad del día o de la noche los fenómenos siguen ocurriendo, pese a no haber nadie que los perciba.
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