Cambio y permanencia dialogan entre sí a lo largo de la historia del mismo modo en que lo hacen el deseo y el deber en la atmósfera cargada de un apartamento en el que dos amantes acaban de perpetrar una infidelidad. Y tampoco se entienden. Tal vez porque pertenecen a dimensiones distintas o, peor aún, porque ni siquiera se escuchan. Cambio o permanencia es también la disyuntiva que se le presenta a los directores deportivos de numerosas entidades ahora que terminan los campeonatos y se apaga, con ellos, el rumor de los estadios y pabellones. Es hora de tomar una decisión.
"Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo". Parece que Einstein nos invita irremediablemente al cambio, y a la ilusión que este arrastra en su propio significado, cuando no se alcanzaron las metas. No hay nada como poner el contador a cero y hacer "tabula rasa" para mejorar los índices de motivación y generar nuevas esperanzas. Así, todos aquellos directivos que comprueban que no se consiguieron los objetivos se ven fuertemente tentados por la mutación. Por la mutación y la mutilación, añadiría, y es que rara vez los cambios afectan a las estructuras pudiendo, simplemente, cobrarse unas cuantas cabezas.
Apuestan por la permanncia, en cambio, todos aquellos que vieron cómo los objetivos previstos se fueron cumpliendo, uno a uno, con puntualidad suiza. Se aferran a aquello de que no se debe cambiar lo que funciona y no contemplan, o si lo hacen no lo valoran, el efecto que puede suponer, para los intereses futuros, el continuo girar de la rueda de la fortuna. Para ellos, como para Zenón, la flecha que se desplaza hacia su objetivo no se mueve pues se encuentra detenida en cada uno de los instantes en que podemos dividir el tiempo.
Todos, partidarios del cambio o de la permanencia, cometen el error de juzgar según la variable "resultado". Analizan el todo obviando las partes, las jugarretas del azar, las contingencias de la vida. No hay clemencia para los derrotados; su esfuerzo, por inútil, no habrá merecido la pena. No caben remordimientos ni medias tintas; la guillotina debe funcionar. Es el régimen del terror trasladado al mundo del profesionalismo, es una violencia que se justifica por las propias cantidades que el negocio genera, más aún si el ejecutado es el entrenador, en cuyo pecado va la penitencia.
Es curioso; el intercambio de técnicos, aun pudiendo transmitir la impresión contraria, pone en valor y realza su importancia dentro de los clubes. Si se admite que todo va mal en función de la presencia de uno u otro entrenador es porque se acepta y reconoce lo esencial de su papel. El problema se presenta cuando la historia, y sus biografías, nos demuestran que los mismos personajes cosecharon tanto éxitos como fracasos; también cuando la fría estadística expone que haciendo lo mismo, que planificando igual y explotando del mismo modo el potencial de sus plantillas ganaron pero también perdieron. ¿Y entonces qué? ?se alza la pregunta? ¿Cambio o permanencia? Arrivederci.
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