El pasado miércoles día 20 tuve la oportunidad de reflexionar sobre el misterio pascual ante las tablas del retablo de la Catedral Vieja. En una hora de contemplación y oración (acción misionera de la Asamblea Diocesana) se analizaron en detalle tres escenas: el prendimiento de Jesús, la resurrección de Cristo y la aparición al apóstol Tomás. Así, ante las magníficas imágenes de Nicolás Florentino, en una de las capillas de la Catedral (lugar que se dispuso para la oración) y a la luz de la Palabra, meditamos el misterio pascual.
De las tres tablas la que más me llamó la atención fue la última: la aparición al apóstol Tomás. La figura de Tomás siempre se asocia con la duda; el "Incrédulo" es el mote que le solemos poner. Claro, Tomás dudó, porque no vio al Señor, pero escuchando el Evangelio de San Juan aquel día me pregunté «y, ¿por qué Tomás no vio al Señor el día que los demás lo vieron?» Todos los discípulos estaban reunidos en una casa, además con las puertas bien cerradas. Tenían miedo, no sabían qué hacer sin Jesús. Seguramente se apoyaban y se consolaban entre ellos, como lo hacen los hermanos en la fe. ¿Y Tomás? ¿Dónde estaba? ¿Por qué razón se separó de los suyos?
Creo que la lección que nos da el evangelista es esta: Tomás no vio al Señor porque estuvo separado de la Comunidad. Por abandonar a los suyos estuvo a punto de perderse la mejor noticia de su vida: la resurrección del Señor.
He querido compartir aquí esta reflexión para cerrar así la columna de este curso. Los universitarios ya estamos en la recta final del curso, pronto acabaremos con todos los exámenes y tendremos vacaciones tan esperadas y merecidas. ¿Cómo hacer un resumen de este año académico que hemos vivido juntos? Podríamos ponernos a contar las actividades que hemos preparado, los viajes, las excursiones, las oraciones que hemos hecho y el número de personas que ha asistido a nuestros eventos? ¿Pero acaso estos datos sirven para definir una comunidad cristiana? Contemos mejor los momentos felices, las sonrisas, los abrazos y las amistades nuevas.
Creo sinceramente que un grupo cristiano (y da igual si es de universitarios, de matrimonios, de personas mayores o de consagrados) puede considerar feliz y fructífera una temporada si, al terminarla puede decir «hemos compartido este tiempo, nos hemos amado como hermanos, y cuando estábamos reunidos "¡hemos visto al Señor!" (Jn. 20, 24) presente entre nosotros».
Con un saludo cordial para todos
y un agradecimiento especial a los colaboradores de esta columna,
Arina, desde la Pastoral Universitaria de Salamanca.
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