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Fuego y audacia
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Fuego y audacia

Actualizado 24/05/2015
José Román Flecha

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Solemnidad de Pentecostés. B.

"Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu Santo le sugería". En esta fiesta de Pentecostés celebramos la presencia del Espíritu de Dios en la Iglesia (Hech 2,1-11). Una presencia que nos zambulle en la intimidad con Dios y nos empuja también a acercar el Evangelio a nuestros hermanos..

La primera dimensión la subrayaba ya Santa Teresa con la imagen del fuego, cuando escribía en sus Meditaciones sobre los Cantares: "El Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos que la hace encender con fuego soberano, que tan cerca está" (5,5).

La segunda dimensión la ilustra el papa Francisco, al afirmar que "en Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismos a los apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente" (EG 1).

TRES ADEVERTENCIAS

El Evangelio de esta fiesta nos sitúa en el "primer día de la semana". Al amanecer de aquel día, las mujeres que acudieron al sepulcro lo encontraron vacío. Ante el anuncio de las mujeres, los discípulos del Señor experimentaron sentimientos de asombro y de alegría. Pero el miedo los había encerrado en una casa, cuando entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros". (Jn 20,19). He ahí tres advertencias para la Iglesia de todos los siglos.

? Vino Jesús al encuentro de sus discípulos. De él había sido la iniciativa de elegirlos y de llamarlos, para que le siguieran y estuvieran con él. El resucitado no los olvida. Y de nuevo toma la iniciativa de acercarse hasta ellos, aunque ellos le hayan abandonado.

? Se colocó en medio de ellos. Juan Bautista había dicho: "En medio de vosotros está uno a quien no conocéis" (Jn 1,26). Ahora se coloca definitivamente "en medio" de sus discípulos el Maestro al que no reconocen. Ese ha de ser su puesto en la comunidad para siempre.

? Y les dirigió el saludo tradicional de la paz. Ese era su don personal, como había anunciado a sus discípulos en su despedida (Jn 14,27). Ese era el saludo que ellos habían de pronunciar al entrar en una casa (Mt 10,12). Y esa era la promesa del Señor para la eternidad.

EL DON Y LA TAREA

Después de su saludo, el Resucitado exhaló su aliento sobre sus discípulos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,23).

? Recibir el Espíritu Santo. El autor de los dones es el don primero del Señor Resucitado. El aliento que exhaló desde lo alto de la cruz, es su propia vida. Una vida que ha entregado por nosotros. Una vida que comparte con nosotros para que nosotros la entreguemos como él.

? Perdonar los pecados. Jesús no ha venido al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Sus apóstoles son enviados a anunciar, como él lo hizo durante su vida, la gracia y la misericordia de Dios.

? Retener los pecados. Dios respeta y siempre respetará la libertad de sus hijos. Pero los discípulos del Señor han de cumplir con la misión de gracia que se les confía, advirtiendo a los hombres de los obstáculos que ponen cada día a la salvación que se les ofrece.

- Señor Jesús, en la solemnidad de Pentecostés agradecemos el don de tu Espíritu de amor y de vida. Que Él nos ayude a recordar cada día tu mensaje de gracia y de perdón y a anunciarlo por todas partes con audacia y esperanza. Amén.

José-Román Flecha Andrés

DEL AMOR A LA PAZ SOCIAL

A todos nos preocupan la pobreza y la injusticia, el individualismo y la corrupción. En su exhortación La alegría del Evangelio, el Papa Francisco nos ofrece muchas sugerencias para emprender y continuar con esperanza y alegría la tarea de la evangelización encomendada a todos los cristianos.

Para comenzar, afirma el Papa que quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento. Tras mencionar estas cuatro esclavitudes, añade que "con Jesús siempre nace y renace la alegría".

El individualismo que caracteriza este momento hace que muchas personas se vean atrapadas en las redes de la tristeza y la desesperanza. Según el Papa, también los seguidores de Jesucristo, a veces "se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida".

Pues bien, ese estado de ánimo no es humano ni humanizador, porque no responde al deseo de Dios. "Esa no es la vida en el Espíritu, que brota del Corazón de Cristo resucitado" (EG 2). De hecho, la Palabra de Dios nos invita a gozar de la alegría que se encuentra en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana.

Entre las invitaciones del Evangelio a vivir en la alegría, recuerda que Jesús mismo se llena de alegría en el Espíritu (Lc 10,21) y promete a sus discípulos una alegría que el mundo no podrá arrebatarles (Jn 16,20-22). El evangelio constata, además, la alegría que ellos probaron al ver a su Señor resucitado (Jn 20,20).

Según el Papa Francisco, el anuncio del Evangelio "ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora" (EG 11).

Para los cristianos es evidente que la alegría no puede confundirse con las satisfacciones, aun necesarias, que la vida puede ofrecernos. La alegría es un signo de que el Evangelio ha sido de verdad acogido, anunciado y está dando fruto, pero no siempre garantiza la satisfacción.

Junto a la alegría, se nos exhorta a recibir el don del amor y a asumir la tarea de vivirlo, comunicarlo y llevarlo a producir obras y estructuras de justicia. Es preciso salir de la propia comodidad para "acompañar" a todos los miembros del pueblo de Dios y aun a todos los hombres y mujeres, especialmente a los más pobres y vulnerables.

Es urgente anunciar el amor salvador de Dios que se manifiesta en Jesucristo muerto y resucitado. Las obras de amor al prójimo revelan la gracia del Espíritu y hacen posible la convivencia social en la sociedad civil. Todas las virtudes están al servicio de la respuesta del amor humano al amor divino.

Las dos primeras manifestaciones del fruto del Espíritu son el amor y la alegría, tal como es presentado en la carta de San Pablo a los Gálatas (5,22). A estos dos valores generan la paz social. A ella aspiramos, tratando de participar en la promoción de la justicia y del diálogo en nuestra sociedad.

José-Román Flecha Andrés

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